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FIRMAS CON DERECHO
JOSÉ MARÍA GUELBENZU
Escritor Una juez investiga
“El hombre propone... y el azar dispone”. Esta es una paráfrasis de un viejo
52 _ Abogacía Española _ Octubre 2019
dicho que viene al pelo para lo que voy a contar. Soy el autor de una serie de
novelas de crimen y misterio protagonizadas por una juez de instrucción, serie
que empezó a publicarse en nuestro país hace casi veinte años, cuando no había
jueces femeninas como protagonistas de las novelas de género policíaco. El género
policíaco es un género convencional que se sustenta necesariamente en una intri-
ga que empieza en un crimen seguida de una investigación que mantiene en vilo
al lector hasta que se descubre al asesino. La expectativa se apoya en el duelo de
inteligencias que mantienen el detective, para descubrir al asesino, y el asesino
para evitar ser descubierto.
La necesidad de contar con un detective inteligente e ilustrado fue lo que me
impulsó a crear una figura de ficción: la juez de instrucción Mariana de Marco.
Mariana de Marco era socia activa de un bufete especializado en derecho penal
que un día se decantó por el camino del llamado “cuarto turno” para acceder a
la judicatura. Debo advertir cuanto antes que mi ocasional relación con el mundo
del Derecho me llevó a la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de
Madrid, pero no concluí mis estudios: eran demasiado reales y preferí decantarme
por la ficción; sin embargo -ventajas de la ficción- convertí en penalista a mi juez en
agradecido recuerdo a quien me hizo preferir su asignatura sobre todas las demás:
el profesor Quintano Ripollés.
Un querido y admirado amigo, juez de reconocida competencia que lo llevó hasta
una de las salas del Tribunal Supremo, me dijo una vez: “Al fin y al cabo, un juez es
esa persona a la que todos, fiscales, abogados y acusados, tratan de engañar”. Era
esa frase humorística con un fondo de verdad, y quizá de discreta amargura, que se
suelta en una conversación distendida e informal, pero que me dejó pensativo. En
España los jueces no tienen muy buena fama a ojos del común de la gente. Quizá
sea porque quien no obtiene una sentencia favorable se escuda en la arbitrariedad
de los jueces, quizá por la lentitud del procedimiento, quizá porque la legislación
española, tan propensa a no dejar resquicio en su interpretación, acaba por dejar
más agujeros de los que trataba de cerrar, quizá por lo poco dado que es el ciudada-
no español a reflexionar, el caso es que así son vistos. Desgraciadamente, en España
no disponemos de ese pragmático Rule of law que tan admirablemente funciona en
Inglaterra. Pero, y vamos a acercarnos a la intención que guía este artículo, utilizar
a una juez de instrucción para sostener la trama de la investigación de un crimen
parece un recurso desesperado en un país sin tradición de crímenes y criminales
sofisticados, pues el criminal español solía caer en manos de la policía por su propia
torpeza. Y, sin embargo, un juez de instrucción en España es, si le ponemos un poco
de imaginación, lo más parecido a un detective investigador. Su misión es poner
en manos del juez que ha de juzgar el caso el resultado de la, llamémosla así, in-
vestigación que lleva a cabo con el apoyo de la policía judicial, lo cual es un relato
absoluta y necesariamente pegado a la realidad que termina ahí.
Pero la juez que protagoniza mis novelas no es significativa por su capacidad de
resolver intrigas sino por enfrentarse a ellas. O dicho de otro modo, su singularidad
como personaje no reside en su habilidad para aclarar un misterio sino que reside
principalmente en su conciencia como persona afectada por un suceso criminal
sobre el que no ha de pronunciarse, pues no juzga ni sentencia. Toda novela es