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FIRMAS CON DERECHO
JOSÉ YOLDI GARCÍA
Periodista y escritor
Me gustaría poder decir lo contrario, pero tengo que reconocer que
A pesar de todo, el Derecho
entró en mi vida
el Derecho no perdió nada con que a mis tiernos 18 años decidiera ignorar con tenaci-
dad –otros lo llaman cabezonería– la intensa insistencia de mi padre de que estudiara
para abogado.
Mi madre, por el contrario, pretendía que me convirtiera en un cirujano de prestigio,
actividad que tampoco me llamó la atención, ni mucho ni poco, porque no me gustaba
lo de la sangre.
Luego, la vida, que –como nos explicó John Lennon– es eso que te ocurre mientras
haces otros planes, me deparó que en mis primeras tareas como periodista tuviera que
cubrir informativamente los atentados terroristas cometidos en Madrid y su periferia
(porque era el único de los becarios que tenía coche), donde además de sangre podía
haber un trozo de intestino colgado de un árbol, como sucedió en uno en el sur de la
capital, sobre el que me tocó informar.
Además, sin ninguna preparación previa ni estudios de Derecho de ninguna clase,
un redactor jefe de la agencia Europa Press debió de ver en mí algo que ni yo mismo
había apreciado, y me encomendó la responsabilidad del área de Tribunales. Corría el
año 1978, y me tocaba informar, antes y mejor que los demás, sobre delitos comunes,
políticos, militares, ilegalización de partidos políticos, narcotráfico y crimen organizado
y hasta los juicios por atentados terroristas, entre otros.
En lo único en lo que yo era experto era en la lectura de novela negra, perdón, negra
o noir es como se dice ahora, pero en realidad, entonces las llamábamos novelas po-
liciacas. En lugar de estudiar filosofía, química o matemáticas en el colegio, desde los
quince años me había empapado de las obras completas de Agatha Christie, en la Edito-
rial Molino, pero sobre todo de unos libritos mal encuadernados, con un papel barato y
que se desencuadernaban con mucha facilidad, de la Editorial Tiempo Contemporáneo,
que importaban de Buenos Aires. La lectura de esa colección, que dirigía Ricardo Pi-
glia, —y que todavía conservo en mi casa de San Sebastián— me supuso dos cosas: la
primera, que tenía que tener tanto cuidado para no quedarme con el ejemplar a trozos
en la mano que, desde entonces, puedo decir que leo los libros sin que se note que los
he abierto; la segunda, que me descubrió a los grandes del género: Dashiell Hammett,
Raymond Chandler, Erle Stanley Gardner, Ross McDonnald, James M. Cain, Horace
McCoy, y un largo etcétera.
En esas novelas se narraban crímenes, pero también juicios, con abogados brillantes
y un tipo de derecho que ¡ay!, poco tenía que ver con el que yo había de enfrentarme
a partir de entonces.
Cualquiera se hubiera sentido aterrorizado, pero, en mi juvenil inconsciencia, reco-
nozco que sólo sentí un poco de hormiguillo y que decidí tirar de humildad y encanto
personal y seguir la máxima que siempre me ha funcionado: ver, oír y preguntar.
Si tú a alguien –abogado, juez, fiscal o funcionario judicial– le reconoces educada-
mente que no tienes ni idea y que le agradecerías mucho que te explicara las cosas por
favor, es difícil que no cuele. En muchos casos, adoptarán un aire de superioridad y te
dirán: A ver, chaval, esto ha sido así y así. Pero eso ya te servirá para seguir adelante.
No obstante, la primera precaución que hay que adoptar es no creérselo todo. Si-
guiendo el aforismo de que la mentira no es una versión de la verdad, inmediatamente
aprendes que no todo es blanco o negro, sino que hay infinitas tonalidades de gris y,
parafraseando a Felipe González, descubres que para la mayoría de los abogados es
sagrada la frase de que “a los clientes se les defiende en los palacios y en las cloacas”. Si
eres medianamente avispado, a esa conclusión llegas en los dos días iniciales de primero
de becariado o, como mucho, en el segundo juicio. Por tanto, se impone preguntar a
todo lo que se mueve, las partes, el juez, los acusados si se puede y se dejan, y los fun-
cionarios, que nunca te darán una exclusiva, pero que te orientarán hacia ellas mejor
que un GPS.
50 _ Abogacía Española _ Noviembre 2019