08 enero 2019
Mercedes Jiménez, Premio Nacho de la Mata 2018: “No solo el mar o la valla son fronteras. Las pruebas de determinación de la edad son las nuevas fronteras”
Por Sonia Sánchez Llamas
El azar hizo que Mercedes Jiménez llegara a Tánger hace más de 20 años. Desde entonces, esta antropóloga e investigadora, conocida entre los niños y niñas tangerinos como “Nisrania likadafae ala hokok dial harraga” –“la extranjera que defiende los derechos de los menores migrantes”-, ha centrado su actividad profesional, y mucha parte de la personal, en la defensa de los derechos de los migrantes. Muy implicada en el tejido asociativo tangerino, colaboró con el abogado Nacho de la Mata para frenar las repatriaciones de menores entre los años 2006 y 2009: el abogado realizó el trabajo de defensa jurídico, mientras que la antropóloga aportó algo que a veces olvidamos, la perspectiva de lo que ocurre en la otra orilla. Este fue su punto de conexión con Nacho de la Mata y la Fundación Raíces, “intentar demostrar lo que pasa al otro lado de la frontera, que normalmente no sale”. En 2018 Mercedes Jiménez ha recibido el Premio Nacho de la Mata.
- ¿Por qué Tánger, qué le atrajo de esta ciudad como antropóloga? ¿Qué encuentra en Tánger que le ha hecho quedarse?
Llegué a Tánger un poco por azar. Terminé la carrera de Antropología y era voluntaria en una asociación de Sevilla que daba clases de español a extranjeros. Un día vinieron cuatro adolescentes solos, que se habían metido debajo de un camión, habían llegado a Algeciras y habían terminado en Sevilla. Era un perfil distinto al que habitualmente iba a la asociación. Me fui implicando con ellos y un día me fui a buscar a sus familias. ¿Qué me hizo cruzar la frontera en busca de estas familias? La impotencia de los menores de no poder comunicar a sus madres que estaban vivos, porque entonces no había internet, móviles, estas familias no tenían teléfono… Y a partir de ahí, me fui implicando más y me quedé en Tánger para poder contar una parte invisibilizada de la migración.
- Uno de sus ámbitos de trabajo es la emigración de los menores. ¿Por qué se marchan de sus lugares de origen para vivir una “aventura” con un final desconocido? ¿Emigran igual chicos y chicas? ¿Qué podemos hacer para proteger los derechos de los niños y niñas y que no tengan la necesidad de migrar o, por lo menos, de migrar de esta forma?
Los menores marroquíes migran por algo tan común en la humanidad como querer salir adelante. No hay algo específicamente distinto, no hay una pobreza extrema, sino que lo que les hace moverse es el deseo de mejorar. Es cierto que para ponerse en camino necesitan tener un “plus”, una especial motivación o especial valentía… Los chavales que se arriesgan a salir son los más inquietos, los líderes –de sus familias, barrios o colegios-, los que se atreven a jugarse la vida. Y esa motivación también está en las niñas. La diferencia es que los chicos migran de forma pública, ocupan la calle, el puerto y se meten debajo del camión; y las chicas migran de forma privada, dentro de redes familiares, con pasaportes de otras personas… no están en el contexto público, no están en las calles, pero también se mueven. Y precisamente por estar en ese contexto más privado hay más vulneración de derechos y si hay una situación de precariedad, de explotación sexual, de trata… es más difícil verlo.
La migración es un hecho y la movilidad forma parte de la historia de la humanidad. Estén donde estén, lo que hay que hacer es una defensa activa de los derechos humanos. Si están en su país, tienen que tener derecho a desarrollarse como niños y niñas: a ir al colegio, a no vivir un contexto de violencia, a tener ocio, a no tener que trabajar precozmente. Pero esto no siempre es posible, porque tal y como está montado el mundo, el bienestar del norte repercute en el empobrecimiento del sur. Al norte le interesa un sur fragilizado, en el que se explotan sus recursos naturales y sociales. No se debe criminalizar la inmigración y se deben respetar los derechos, se esté donde se esté. El problema es que en Europa son percibidos como intrusos y constantemente se pone en cuestión la titularidad de sus derechos. Así que al venir, sufren otra vez un proceso de rupturas y de violencias.
- ¿Cómo recibe Europa a estos niños cuando llegan?
Son intrusos en la fortaleza: Europa los recibe como intrusos, como si no fueran de los nuestros, se les mira como si quisieran aprovecharse. Constantemente se pone en duda la titularidad de sus derechos. Empezando por la prueba de determinación de la edad, que es la primera frontera física. No solo el mar o la valla son la frontera, las pruebas de determinación de la edad son las nuevas fronteras dentro de los procedimientos y están limitando el acceso a derechos. Los niños están en los centros y no tienen declaración de desamparo, administrativamente no están protegidos. Y cuando cumplen 18 años entran en un circuito de desprotección, porque la administración no ha sido diligente. Son los migrantes más molestos, porque son a la vez niños que hay que proteger y extranjeros que han entrado de forma irregular. Ponen en crisis la Europa-fortaleza y toda la lógica de control, porque a estos menores no se les puede controlar como a los mayores.
- En este recibimiento posiblemente tienen mucho que ver los prejuicios que existen sobre quienes vienen de África. ¿Cómo se pueden combatir estos prejuicios que, al final, están asentados en la sociedad?
Creo que hace falta una revisión profunda de nuestra forma de pensar la identidad. Desde los años 90’ ese ‘nosotros’ es cada vez más diverso y hace falta una reformulación de lo que somos ‘nosotros’. El problema es que se construye un ‘ellos’ percibido como una amenaza. Pero no nos damos cuenta de que nuestra identidad que es el fruto de una síntesis de otras identidades a lo largo de la historia.
- ¿Se puede hacer un perfil de los menores que emigran?
Hay tantos perfiles de inmigración –inmigración urbana, rural, distintas clases sociales, distintas motivaciones, por motivos de violencia, de promoción social, incluso de orientación sexual-que a mí me da mucho miedo dibujar un perfil, porque creo que no lo hay. Y ese es otro de los problemas: se ha elaborado un perfil tipo del chico marroquí al que se criminaliza y al que se ponen todas las etiquetas de nuestro malestar social. Sí hay elementos comunes, como el deseo de buscarse la vida, la valentía de cruzar la frontera o la importancia de la familia. Pero estos elementos comunes son positivos más que negativos.
- Gran parte de su labor en Tánger la ha realizado a través de la Asociación Alkhaima. ¿Cómo surgió y cuál era el trabajo de la asociación? ¿Qué trabas encontraron a lo largo de su andadura?
En esos 20 años que llevo en Tánger ha habido distintos organismos que han sido la plataforma del trabajo en la otra orilla, pero lo que siempre ha permanecido es el trabajo de defensa de derechos. Durante diez años esta defensa se ha hecho en el marco de la Asociación Al Khaima y yo ahora la estoy llevando a cabo en el marco del centro ACRES. Pero lo importante no es el nombre de la entidad, lo importante es el comprender que hay que llevar a cabo una labor de defensa de derechos desde esta orilla. Porque la defensa de los derechos tiene que hacerse desde las dos orillas. Al Khaima, que se disolvió en enero de este año, ha sido durante diez años un espacio de encuentro de profesionales. De hecho, Nacho de la Mata, Lourdes Reyzábal y la Fundación Raíces han colaborado mucho.
- Ha sido galardonada con el Premio Nacho de la Mata 2018. ¿Qué supone este reconocimiento para usted a nivel personal?
Supone muchísima responsabilidad por el patrimonio de Nacho de la Mata, por haberlo conocido, haber trabajado con él… Me siento responsable de mantener esa integridad en la defensa de los derechos humanos, que forma parte del patrimonio de este premio, con esta orientación hacia niños y niñas. Muchas veces tenemos una visión “adultocéntrica” de los derechos y Nacho de la Mata supo redimensionar esto y poner al niño en el centro como persona, como sujeto de derechos. También siento mucha felicidad y orgullo por sentirme parte de la familia de la Fundación Raíces, de esa lucha y la defensa de derechos más allá de las fronteras.
- Precisamente, en colaboración con Nacho de la Mata y la Fundación Raíces, consiguieron paralizar, entre 2006 y 2009, las repatriaciones de menores que realizaban garantías. ¿Cómo surgió esta colaboración y cómo se desarrolló el proceso para conseguir frenarlas? ¿Cuáles eran los principales derechos de los niños que se vulneraban cuando eran repatriados, tanto por parte de España como de Marruecos?
En este proceso había un trabajo jurídico necesario e impecable que hizo Nacho de la Mata, pero había que contar lo que pasaba al otro lado. Muchas veces da la impresión de que la historia de la persona comienza cuando toca el territorio español y se olvida todo lo anterior. Y este proceso dio una cara humana a estos niños. Nosotros intentábamos explicar la situación de precariedad, de explotación, de vulneración de derechos que cada menor sufría, su motivación para migrar, lo que había detrás. Conseguimos complementar esta parte con el trabajo jurídico de Nacho de la Mata y así pusimos a los jueces ante la historia de estos niños, visibilizando la historia de cada niño que pretendían repatriar. Y a los que repatriaban los acompañábamos aquí durante todo el proceso de espera, que en algunos casos fue largo. También acompañamos a la familia. Además, con este proceso dimensionamos la importancia de un trabajo que tiene que ser transnacional, porque la migración pone en contacto muchos territorios.
Respecto a los derechos que se vulneraban a los menores, debemos hablar principalmente de la tutela judicial efectiva, porque eran niños que estaban indefensos ante una administración maltratadora. Necesitaban a alguien que les diera voz. Es lo que se preguntaba Nacho de la Mata: “¿Quién defiende a estos niños?”. Se daba la paradoja de que una administración que los tutelaba, decidía “expulsarlos” y el niño no se podía defender. También se vulneraba el derecho a ser oído e incluso el derecho a su integridad, por la violencia que se utilizaba en algunas ocasiones.
- Trabaja en la ayuda a jóvenes que han “fracasado” en su proyecto migratorio. ¿Cómo articulan esta ayuda para los jóvenes que regresan a Marruecos?
Intentamos reconciliarlos con su historia. Viven la vuelta como una condena y como un fracaso, porque socialmente aquí la migración tiene mucha fuerza. Al principio hay un reencuentro con su familia y es muy emotivo, pero también constatan que aquello estructural que les hizo salir continúa, que las condiciones no han cambiado. Intentamos acompañarles en la reconciliación con su vida. Es como una restauración de una obra de arte que el tiempo destrozó.
- Otro de sus logros fue conseguir en 2011, a través de procesos judiciales, que los bebés de las mujeres subsaharianas nacidos en territorio marroquí fueran inscritos en el Registro Civil Marroquí. ¿Qué supone esto en la práctica para estos menores?
Fue un trabajo en equipo de la Asociación Al Khaima. Para esos menores ha supuesto el hecho de que existan como niños, tanto en Marruecos como en España, para que tengan derechos aquí y tengan derechos allí.
Nada mejor que contarlo con un ejemplo: hay una bebé, a la que llamaron Princesa, que cruzó el Estrecho sin sus padres en 2015 y llegó a Tarifa. Gracias a que la niña había sido inscrita en Marruecos y a todo el trabajo que hicimos, se pudo articular el reencuentro de la madre con la niña. Siete años después, hay una serie de efectos reales sobre los derechos de estos niños.