23 noviembre 2020

El ICAV se une al Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el próximo 25N

  • El ICAV ha preparado un vídeo conmemorativo en apoyo a las mujeres, y también a los menores, víctimas de esta violencia machista

“La violencia contra mujeres y niñas es una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo actual sobre las que apenas se informa debido a la impunidad de la cual disfrutan los perpetradores, y el silencio, la estigmatización y la vergüenza que sufren las víctimas”, tal y como reza lo dispuesto en la página web de la Organización de Naciones Unidas (ONU) con ocasión de la próxima celebración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el próximo miércoles 25 de noviembre.

El Colegio de Abogados de Valencia siempre ha estado y estará presente en la celebración de este Día, con el fin de dar visibilidad a todas esas niñas y mujeres que ven vulnerados sus derechos fundamentales por cuestiones de género, así como con el objetivo de contribuir a la lucha contra la violencia, poniendo en valor los derechos de las mujeres víctimas y sin perder de vista a los hijos e hijas que también la sufren.

Este año, el Colegio, junto con la Sección de Violencia Doméstica del ICAV -y debido a las especiales circunstancias y restricciones derivadas de la pandemia de la COVID-19- han preparado un vídeo conmemorativo en apoyo a las mujeres, y también a los menores, víctimas de esta violencia machista. Un vídeo que ya podéis visualizar a través del enlace que os dejamos a continuación, y que ha contado con la inestimable participación de la fiscal especializada en Violencia de Género y escritora, Susana Gisbert, autora del texto literario que se puede escuchar en el vídeo, y a quien agradecemos enormemente su trabajo y aportación.

POR LAS QUE FUERON Y POR LAS QUE VENDRÁN

No hace tanto tiempo, nuestras madres aprendían a callar nada más haber aprendido a hablar. Eran tantas cosas las que no se podían decir, las que no se podían hacer, las que ni siquiera se podían pensar, que sus vidas se llenaban de silencios.

Y así, en silencio, se acostumbraron a sufrir sin que nadie hiciera nada por cambiarlo. Las palabras “mujer” y “dolor” se conjugaban juntas, al igual que juntas se conjugaban “hombre” y “poder”. Las casas se convertían en castillos amurallados de los que nada podía saberse. Y, menos aún, de las mazmorras que ocultaban algunos de esos castillos.

Pero llegó el día en que ellas, nuestras madres, como tiempo antes hicieran nuestras abuelas, quisieron decir basta. No se conformaron con la vida de resignación y padecimiento. El amor no era aquello. El amor no duele y si duele, no es amor.

Ellas se rebelaban, aunque la sociedad seguía amordazándolas. Pero, poco a poco, fueron sembrando la semilla de la valentía que fructificó en mujeres como Ana Orantes, y tantas como ella. A Ana, la valentía de contar su historia le costó la vida, pero con su muerte salvaría otras muchas vidas. Las vidas de todas las mujeres que quisieron decir “basta” y supieron que podían hacerlo

Por fin la sociedad reaccionaba y, aun con la lentitud de un dinosaurio recién despertado, reconocía que ese era su problema, y no solo el problema de las mujeres cuya vida era un verdadero infierno en las mazmorras de sus propios hogares. Y, poco a poco, el dinosaurio comenzó a caminar por ese camino que ellas habían allanado con su esfuerzo y sus lágrimas.

Esa fue nuestra herencia. La carrera había comenzado y ellas habían conseguido tomar la salida a pesar de todos los lastres que tuvieron que arrastrar. Nos dejaban el testigo, un testigo de esperanza, pero también de una gran responsabilidad. No podíamos dar un solo paso atrás.

Continuamos. Minuto a minuto y día a día, aprendiendo a creernos y a creer en nosotras mismas. Aprendiendo que nadie es dueño de nadie y que las mujeres somos libres. Libres de ir y venir, de andar o parar, de gritar o callar, de amar o no hacerlo, y que la libertad no solo ha de ser la meta, sino también el camino.

No es fácil ese camino, pero hay que recorrerlo, y hay que hacerlo para poder ceder el testigo a ellas, nuestras hijas, las que vienen detrás. Porque cualquier paso atrás serán ellas quienes lo paguen. Ellas, y toda la sociedad. Porque la violencia de género no es un sufrimiento privado, es un dolor público, un dolor que avergüenza a todo hombre y a toda mujer de bien cada vez que el maltrato se cobra una nueva víctima

Por ellas. Porque no podemos traicionar el legado de nuestras madres, ni oscurecer el futuro de nuestras hijas.

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