09 julio 2021
La labor del turno de oficio descrita en cinco microrrelatos
La XIII edición del Concurso de Microrrelatos sobre Abogados que el Consejo General de la Abogacía Española organiza, en colaboración con la Mutualidad de la Abogacía, se suma a la celebración del Día de la Justicia Gratuita y del Tuno de Oficio, que todos los años tiene lugar el 12 de julio.
En el marco de esta celebración, las palabras obligatorias a incluir este mes en el relato son asistir, defensa, orientación, beneficiario y vulnerable.
Por otra parte, para la conmemoración de este día, cinco participantes y además ganadores de ediciones del concurso nos han descrito en un relato inédito lo que para ellos significa ser un abogado de oficio, garante de la defensa de los derechos y libertades de la ciudadanía. Disfruten de su lectura.
Bendito turno –Eva María Algar-
Tras una larga jornada en el despacho, volvía a casa exhausta y hambrienta. Llovía a cántaros, pero la verdadera tormenta se hallaba en mi cabeza, pues en ella resonaban con fuerza los asuntos pendientes de la semana: la guardia de menores del miércoles, el juicio de violencia de género del viernes, los expedientes de justicia gratuita archivados que no conseguiría cobrar…
Ensimismada en mis problemas, no me percaté de que alguien me seguía hacía rato. Como Letrada principiante, mis honorarios no resultaban suficientes para pagar los gastos de un despacho cercano a los Juzgados y alquilar un piso en el centro de la ciudad, así que debía andar casi una hora para llegar a casa si perdía el último autobús, lo cual ocurría a menudo.
Al llegar al portal, calada hasta los huesos, rebuscaba las llaves en el bolso cuando, sorpresivamente, una mano tatuada atenazó mi brazo. Estremecida, giré la cabeza con brusquedad y vi frente a mí a un hombre alto y desgarbado, de cabello enmarañado y rostro macilento. Temiéndome lo peor, me disponía a gritar cuando el joven dijo: “abogada, anda usted tan deprisa que me ha costado alcanzarla. Quería decirle que muchas gracias por todo, ¿eh?, le prometo que ya no la vuelvo a liar…”
Bendito turno.
De Oficio- María Sergia Martín-
Mamá se maquillaba frente al espejo cuando sonó el timbre. Yo intentaba hacerme una coleta porque a ella aún le dolía el brazo. Vi cómo temblaba, buscando sus gafas de sol, al abrir la puerta. Era Camino, puntual como me prometió la tarde anterior cuando le pedí ayuda por teléfono. «¡Mamá, es nuestra abogada!», exploté de felicidad mientras ella permanecía callada, como si fuera de trapo.
Camino sonrió. Dijo que necesitaban hablar a solas… Cosas de mayores, supuse. Dije sí con la cabeza y encendí la tele. Cuando escuché llorar a mamá, corrí a mi habitación, busqué la hucha que tengo escondida para que él no la encuentre y aparecí con ella en las manos. «No llores, mami, tenemos dinero». Mamá me abrazó muy fuerte, como se abrazan los peluches de dormir y Camino, guiñándome un ojo, dijo que era una niña muy valiente y que ya no estábamos solas.
Ponerse en su lugar- Margarita del Brezo-
Mi familia puso el grito en el cielo cuando les dije que iba a empezar a trabajar en el turno de oficio. ¡Pero a quién se le ocurre, eso no está pagado! ¡Como es gratis, nadie valorará tu trabajo! ¡Tendrás que relacionarte con gente poco recomendable! ¡Ahí no hay glamour! ¡Menuda pérdida de tiempo! Tuve que escuchar estas y otras lindezas, pero no me importó, necesitaba llevar la justicia a aquellos lugares en los que ni el sol se atreve a entrar.
Desde el primer día me dejé la piel para parar desalojos, conseguir pensiones de alimentos, defender inocentes. Acoso escolar, desastres medioambientales, cláusulas abusivas, … he visto casi de todo y de todos he aprendido algo. Podría decir que he sido feliz ayudando a los demás. Hasta esta mañana.
Esta mañana ha muerto Javier. Intentó proteger a una chica a la que su novio golpeaba en plena calle. El muchacho, de tan solo 19 años, sacó una navaja y no dudó en clavársela en el corazón. Murió en el acto.
Tengo que controlar mi respiración para no ahogarme antes de llamar a la madre. Ni siquiera sé por qué lo hago, una fuerza irrefrenable me impulsa a coger el móvil y marcar su número. Se ha enterado por la prensa, solloza al otro lado del teléfono. Paso a recogerla con el coche. La miro a los ojos, pero ella es incapaz de devolverme la mirada. Se sienta a mi lado. No hablamos. Las lágrimas le ocultan el rostro. Al llegar a la comisaría, se cubre la cara con las manos e invoca a Dios en un susurro para que le dé fuerzas. Siento pena por ella, una pena profunda, de las que desgarran las entrañas. Intento imaginar por lo que tiene que estar pasando sin conseguirlo. Es la primera vez que me pasa.
La dejo en manos de la policía, que la acompaña hasta la celda en la que han metido a su hijo a la espera de que el juez dictamine su ingreso en prisión. Y yo…, yo pongo rumbo al tanatorio donde ya habrán llevado a mi hijo Javier.
De oficio, abogado- Manuel de la Peña-
Desde que me apunté al Turno hace 35 años nunca lo he abandonado. En el Despacho muchos critican que no rompa mi viejo compromiso. Ignacio, el socio-director, me lo reprocha a menudo: “deberías arrumbar tus pecados juveniles, letrado contumaz”. Suelo contestarle: “no tengo incompatibilidad, jefe; además, es pura RSC, ¿o no? ¿acaso no alabamos al doctor Cavadas por hacer operaciones altruistas?”. Entre nosotros, le encantó aquel reportaje sobre el Turno: “Abogados que recurren por quienes no tienen recursos”. Pienso también: “siendo un oficio la abogacía, es consustancial, incluso redundante, ser abogado de oficio”. Aunque me pesa aquel verso de León Felipe: “no sabiendo los oficios los haremos con respeto.” Yo sigo trabajando sin resabios.
Me espera otro cliente del Turno.
– Estoy bien, Esteban. Tengo gratis al mejor penalista.
– Quisiste ocultárselo a papá, Nachito. Pero, de oficio o por encargo suyo, estoy condenado a defenderte. Casualidades…
Pelele- David Villar
Héctor era un abusón que mortificó mi niñez. «¡Pelele!», me gritaba, y yo corría a refugiarme en el primer portal que encontraba abierto. Mi constitución era enclenque, pero veloz, y no pocas veces dejaba atrás al macarra infantil. Pero otras veces conseguía acorralarme. En esas ocasiones Héctor escupía en mi bocadillo, me ponía el culo en la cara, la emprendía con violentas bofetadas. Cómo olvidar aquella vez que me sacó los calzoncillos hasta los sobacos. «Algún día acabarás en los juzgados», fantaseaba yo, el niño de impecable expediente académico. «Algún día serás detenido y yo te defenderé. Esa será mi venganza y mi humillación».
Hace mucho de esto que cuento. Me colegié abogado y arrastro muchos turnos de oficio a las espaldas. Víctimas de malos tratos, inmigrantes sin papeles, delincuentes reincidentes, en cada aviso esperando encontrarme con mi maltratador. Quizá Héctor maduró y logró sentar cabeza, no lo sé, pero el destino quiso que nuestros caminos nunca volvieran a cruzarse. No me ha importado, los albures de la vida reservaban otro premio para mí. ¿Sabéis a quién localicé agazapado tras la justicia gratuita? A mí mismo, reflejado en los ojos menesterosos de los débiles.