05 enero 2017
Javier Bauluz, periodista: “La xenofobia está creciendo a toda velocidad. Pero es más peligroso que los partidos tradicionales estén asumiendo su discurso”
Un recorrido de más de 150 días por nueve países acompañando a los refugiados en su ruta por Europa, plasmado en fotografías, es uno de los últimos trabajos del periodista Javier Bauluz. Unas imágenes que reflejan la dureza del camino, el rápido crecimiento de la xenofobia en Europa –aunque para el periodista lo más peligroso es que los partidos tradicionales están asumiendo este discurso- y la bienvenida en Austria. Porque, como él dice, “no es lo mismo mostrarlos como masas amenazantes que como personas”. Algunas de estas fotografías quedarán para siempre grabadas en nuestra memoria. Como sus fotos a bordo del Astral documentando la labor de rescate de Proactiva Open Arms en el Mediterráneo. O las que hizo en Ruanda, por las ganó el Premio Pulitzter en 1995. O la imagen de un inmigrante muerto en la playa de Tarifa mientras una pareja sigue tomando el sol…
- ¿Cuál debe ser el papel de la prensa en temas como la crisis humanitaria de los refugiados que se vive en Europa?
Como dice mi admirado Javier de Lucas, creo que ésta no es una crisis humanitaria, sino una crisis política, que tiene consecuencias humanitarias. Porque son las políticas de Europa y de occidente las que llevan a esta situación.
En cuanto al papel de la prensa, se supone que los periodistas tenemos que contar lo que sucede para que los ciudadanos estén informados y puedan tener opinión. No es lo mismo mostrar a los refugiados como cifras y masas amenazantes que mostrarlos como lo que son: personas como nosotros, padres, madres, hijos… que tienen sueños, miedo, amor, personas con sentido del humor. Los sirios, por ejemplo. A la gente le sorprende mucho cuando cuento esto, pero los sirios tienen un excelente e inteligente sentido del humor. Y te protegen cuando estás con ellos, en vez de protegerlos tú, puesto que estás en Europa.
En el momento en el que estamos en Europa y en el mundo, tengo claro, desde hace muchos años, que se debe hacer periodismo con enfoque de derechos humanos. No sólo en cuanto a los temas, sino desde la forma de enfocar las cosas. Si los temas se enfocan desde el punto de vista de los derechos de las personas y su sufrimiento, de las personas y sus derechos y no, como se hace casi siempre, desde el interés de los gobiernos, de los políticos, de las multinacionales, de las empresas, cambia mucho. Hay una batalla entre el aumento rapidísimo de la xenofobia en Europa y EEUU y la empatía, que sería la palabra que englobaría la defensa de los derechos humanos como pilar fundamental en nuestros países. Y la empatía está perdiendo la batalla. Cada vez hay menos empatía y más xenofobia. Creo que la prensa debería enfocar este tema desde la empatía, que la gente se pueda poner en los zapatos de un refugiado que va caminando huyendo de la guerra con sus hijos, con su mujer, su madre en silla de ruedas e imaginar lo que les pasó a nuestros abuelos.
Hace poco hice una exposición en la que se mostraban fotos de los refugiados de ahora y de los refugiados de la Guerra Civil, que era exactamente lo mismo. En Gijón montamos una exposición con cuatro mujeres asturianas de 90 años que fueron niñas refugiadas, que vivieron bajo las bombas en Gijón, que tuvieron que huir en un barco, que acabaron en otros países donde fueron bien acogidas en ese momento. Eso fue hace 80 años. A todos nos parece que fue hace siglos, pero esas señoras siguen vivas y lo están contando y se están preguntando cómo podemos tratar a los refugiados como los estamos tratando cuando nosotros también fuimos refugiados.
Tenemos una memoria muy frágil. Tan frágil que casi nadie recuerda que Hitler ganó unas elecciones. No basta con ganar unas elecciones para que sea una democracia. Tiene que haber derechos humanos. Los xenófobos están creciendo a toda velocidad y, algo más peligroso todavía, los partidos tradicionales están asumiendo ese discurso xenófobo y racista. Y eso es un peligro todavía mayor que el que los pequeños grupos de ultraderecha vayan creciendo poco a poco.
Está ocurriendo ya, ahora mismo y muy rápido. En septiembre de 2015, en Europa ganaba la empatía respecto a los refugiados y ahora gana la xenofobia. Hay un discurso del odio al otro, el discurso de Trump, Marine Le Pen o Hungría. Algunos hemos visto las consecuencias de estos discursos, como en Bosnia, con miles de muertos o más de 20.000 mujeres violadas; o en Ruanda, donde consiguieron sacar a una parte de la población a matar a machetazos a otra parte de la población y mataron a 800.000 personas en 100 días, ante la pasividad del mundo.
Puede parecer que soy un poco raro, pero no soy el único que está empezando a decir esto. El director de Human Rights Watch dice que la democracia y los derechos humanos no son una cuestión de izquierda y derecha. Estamos hablando de ir por otros lugares. Si no se respetan los derechos humanos no hay democracia, aunque se ganen las elecciones. Ante la falta de políticos que, en lugar de doblegarse, hagan frente a los discurso de xenofobia, de nuevo fascismo, va a tener que ser la ciudadanía quien actúe. Y sino acabaremos como en el “no poema” de Bertold Brecht: primero vinieron a por los refugiados, luego a por los musulmanes y ahora vienen a por los que defendemos que los refugiados tienen derecho. Y lo siguiente será a los familiares de los que hemos sido detenidos por defender los derechos de los otros.
- ¿Qué puede hacer la ciudadanía?
Empezar a cambiar el pensamiento, empezar a darse cuenta de que los otros somos nosotros. Basta con ver el ejemplo de España, con seis millones de inmigrantes y no ha habido grandes problemas. Están aquí, viviendo con nosotros, yendo al colegio con nuestros hijos, trabajando con nosotros. Esa es la realidad, no los titulares criminalizadores de muchos medios y los discursos de muchos políticos, que quieren convertir a los inmigrantes en delincuentes. Todos conocemos a inmigrantes alrededor nuestro y los que conocemos sabemos que son buena gente.
- Casi toda su carrera profesional ha estado dedicada a cubrir conflictos y guerras a lo largo de todo el mundo. ¿Cómo llegó a este campo? ¿Qué fue lo que más le impresionó del primer conflicto que cubrió?
El primer conflicto que cubrí fue prácticamente la primera vez que hice fotos. Estaba fregando platos en Londres, me habían dejado una cámara y había una manifestación en Hyde Park. Me puse instintivamente a hacer fotos de aquello. Cuando las revelé, llamé a mi madre y le dije que ya sabía qué quería hacer, no sabía cómo, pero sabía qué.
En cuanto a lo que más me impresiona… Un amigo acaba de volver a Idomeni, en la frontera de Grecia y Macedonia, donde dejamos atrapadas a 100.000 personas y 4.000 niños en el barro y la humedad durante meses. Me mandó un vídeo y donde estaba toda esa gente ya no hay nada. Para eso sirve el periodismo, para que nadie pueda decir que ahí no ha pasado nada. Tenemos las imágenes, las fotos, la documentación de lo que pasó. Eso es lo que más me impresiona y al mismo tiempo a veces no sirve para nada. Pero por lo menos, que nadie pueda decir que no se sabía. Porque es algo que se ha dicho muchas veces: no sabíamos, no se sabía que los nazis estaban haciendo eso, no se sabía que Franco estaba haciendo eso, no se sabía que Stalin estaba haciendo eso… Cuando se sabe, habrá que actuar en consecuencia.
Lo malo es que muchas veces, como ahora, lo único que se está haciendo con los refugiados es incumplir todas las leyes internacionales, nacionales, la Declaración Universal de los Derechos Humanos… Todo. Pero los raros somos los que queremos que se cumplan las leyes y los derechos humanos. Y es muy malo cuando eres el raro diciendo esto. Creo que, en los próximos años, van a hacer falta muchos abogados que defiendan los derechos humanos.
- Para que no podamos decir que no ha pasado nada hay trabajos como su exposición ‘Buscando refugio para mis hijos’, que refleja el camino con los refugiados, desde que llegan a las islas griegas de Lesbos y Kos y las distintas etapas por Europa.
He estado caminando y viajando con los refugiados por nueve países durante más 150 días este último año, sobre el terreno. Por las vías, en los trenes, en los autobuses… Desde el momento en que llegaban a Europa a las islas griegas de Lesbos y Kos y su recorrido por Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría, Austria, Alemania, Holanda, Francia y Luxemburgo.
Después de cerrarse la ruta europea he estado en el Mediterráneo frente a las costas de Libia con el equipo de Proactiva Open Arms, siendo testigo del rescate de miles de inmigrantes y refugiados que no se están ahogando gracias a que están Proactiva y Médicos Sin Fronteras salvando gente, mientras que Europa manda barcos de guerra, que a veces tienen que recoger a inmigrantes porque es la ley del mar, pero no están ahí para rescatar. Su misión es otra, aunque tampoco sabemos muy bien cuál es.
- ¿Qué podemos aprender de los refugiados?
Una cosa muy importante es darte cuenta de que en cualquier momento te puede pasar a ti. Igual que se es consciente de que en cualquier momento puedes tener un accidente o ser atropellado por un autobús. Cuando eres consciente de eso, por lo menos deberías de entender un poco más la situación.
Mi madre me enseñó algo muy importante, a ponerme en el lugar del otro. Es algo que es muy simple y que parece de Perogrullo, pero cuando te pones en el lugar del otro, aunque sea dos segundos, entiendes mucho mejor todo y tu actitud y tu comportamiento cambian. Dejas de ver el mundo solo desde tu propio interés.
De los refugiados he aprendido la capacidad, la fortaleza, la decisión y el amor. La cantidad de escenas de amor que he visto durante estos meses no las veo en nuestra vida cotidiana. Escenas de amor de los padres con los hijos, de los hijos con los padres, de la solidaridad entre grupos de refugiados, de los jóvenes voluntarios internacionales que han ido a Lesbos, a Idomeni o que han ayudado delante de sus casas cuando pasaba el éxodo…
Lo más emocionante de todo este viaje no fue la xenofobia que sufrieron los refugiados durante su camino, y lo duro que fue, sino el momento de pasar la frontera de Hungría a Austria, donde les recibió una sociedad organizada dándoles la bienvenida, de verdad, con sonrisas, con comida, con ropa, con techo y con cariño. En muchos otros sitios era exactamente lo contrario. Por ejemplo en Hungría, que es el mayor productor de xenofobia que hay en Europa. Cuando escuchábamos el discurso húngaro hace un año la reacción era “‘Dios mío, quiénes son estos locos xenófobos”, mientras que ahora es el paladín de estas nuevas ideas, o viejas ideas.
- ¿Han dificultado las autoridades el trabajo de los periodistas?
A mí me detuvieron en cuatro ocasiones en Macedonia. Y la policía griega amenazó con detenerme en la isla Kos porque no quería que hiciera fotos echando a la gente del puerto para que no lo vieran los turistas. Pero no ha sido uno de los peores sitios. Ha tenido más problemas en otros sitios.
Pero sí he visto mucho maltrato físico, verbal y deprecio hacia los refugiados. Las manifestaciones normales de la xenofobia. He visto tipos tan convencidos de su superioridad moral, física, incluso genital, que estaban tan locos como para arriesgar su vida y pasar uno solo por medio de 2.000 refugiados, en una plaza, insultándolos. Su nivel cerebral y de testosterona era incapaz de darse cuenta de que, aunque fuera tan superior como creía, esos 2.000 le podían matar en 0,01 segundo. Si hay gente que está tan loca como para estar dispuesta a que le maten de esa manera, qué no podrá hacer.
- ¿Cómo ha sido la acogida a los refugiados por la sociedad?
Ha habido una falta absoluta de ayuda básica durante la mayor parte del éxodo por parte de gobiernos y organizaciones internacionales, excepto algunos ejemplos, como Médicos Sin Fronteras, que ha estado ahí desde el principio y en distintos lugares. En gran parte los refugiados han recibido ayuda de voluntarios que, bien al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo enfrente de su casa se han organizado para ayudarlos, o bien han ido a Lesbos o Idomeni. Pero sí ha habido una ola más de empatía. No toda la gente puede estar en Lesbos recibiendo a los que llegan, pero sí ha habido apoyos. Proactiva Open Arms es un claro ejemplo de eso: dos socorristas que llegan con sus aletas a Lesbos, ven lo que hay y se quedan. Y a partir de ahí piden apoyo a los ciudadanos y consiguen medios y organizarse para estar salvando a la gente en el mar, algo que no se estaba haciendo. Y ahora están haciéndolo en el Mediterráneo. Son ejemplos, pero desde luego se podía hacer mucho más.
Luego hay miles de españoles que están esperando que nuestro Gobierno, ahora que Fernández Díaz ya no es ministro del Interior, cumpla su compromiso de septiembre de 2015 de traer 16.000 refugiados, que es una cifra ridícula en comparación con la de Angela Merkel, que es la única que ha tenido claro que hay que cumplir con la legalidad y la humanidad de proteger a las personas que buscan refugio. La mayoría de los refugiados están en Alemania.
La cifra de refugiados en España es ridícula. Se habla de falta de voluntad política, pero es un eufemismo. Lo que ocurre es que no les da la gana porque no les gustan los refugiados. Fernández Díaz definía a los refugiados como goteras que nos inundaban la cocina. Con gente como él no va a haber muchos derechos humanos. Igual que no los cumplen Ceuta y Melilla. Igual que Fernández Díaz no hizo dimitir a su director de la Guardia Civil cuando mintió en los sucesos de los 15 inmigrantes en Ceuta. Hablamos mucho del muro de Trump o de los muros de Idomeni, pero aquí tenemos desde hace 20 años otros muros, incumpliendo los derechos humanos de muchas personas, tirando al otro lado de la valla a heridos, a menores, a solicitantes de asilo… incumpliendo todas las leyes nacionales e internacionales por parte del Gobierno actual, y también de los anteriores.
- La foto que tomó hace años en Tarifa en la que se ve a un inmigrante muerto en la arena mientras una pareja sigue sentada al sol mantiene su vigencia. Se ha comparado la importancia de esta imagen con la de Aylan.¿Estamos sobreexpuestos a las imágenes y nos hemos acostumbrado a ellas?
Primero tendríamos que definir qué es una buena imagen. Yo quiero que una buena imagen vaya al corazón y a la cabeza, no al estómago.
Es cierto que cada uno producimos muchas imágenes cada día. Pero no todas reflejan una situación ni provocan que se ponga a funcionar el cerebro, que se mueva el corazón y que te explique algo. En eso consiste el fotoperiodismo, en contar una historia, bien contada, lo mejor posible, en fotografías. Por eso no es lo mismo hacer fotos de los refugiados desde un punto de la vía del tren y verlos pasar que viajar con ellos, y estar en los momentos en los que suceden las cosas. No es lo mismo mostrarlos como masas amenazantes y simples números que como personas.
- Acaba de volver de México. ¿Cuál es la situación de los migrantes y de los derechos humanos en Centroamérica?
Están muy asustados con el muro que va a hacer Trump, pero en realidad ese muro ya existe, lo hizo Clinton. Están muy asustados con las deportaciones que va a hacer Trump, pero Obama ha deportado a dos millones. Pero tienen más miedo ahora, porque va a empeorar todo para ellos.
Ahora la situación de los migrantes ha cambiado mucho, ya no pueden ir en tren como iban antes. Ahora tienen que ir por tierra, evitando decenas y decenas de controles policiales y militares patrocinados por Estados Unidos a través del plan ‘Frontera Sur’ con México. Al ir por tierra y tratar de evitar estos controles los asaltan y violan a las mujeres. Y tardan mucho más tiempo en llegar a la frontera.
Además, no se está teniendo en cuenta que no sólo son migrantes los que están sufriendo esto. No me gusta mucho hacer la distinción entre migrantes y refugiados, pero ya que existe esta diferencia debería facilitar el derecho de asilo que se merecen miles de personas que están huyendo de la violencia en Centroamérica. Huyendo de las maras, de los gobiernos, del estado de violencia… En Centroamérica si eres una chica joven y el pandillero de tu barrio decide que le gustas, te dice “a partir de mañana eres mi novia. Y si no quieres ser mi novia, te mato”. O si tienes 16 años y te dicen que tienes que ir a la pandilla y si al día siguiente no vas, no te lo repiten, te matan. Toda esa gente, como la de los ejemplos, está huyendo de la violencia en su lugar de origen. Estas personas tendrían que tener derecho de asilo reconocido en Estados Unidos, a donde muchos están llegando, pero a muchos los están deportando y a muchos, cuando vuelven a su país, los matan. Y de esto no se está hablando.
Además, muchos no saben a qué tienen derecho. No tienen el concepto jurídico que tenemos nosotros. Si les amenazan simplemente se van. No saben a qué tienen derecho ni a qué no tienen derecho. Nunca han tenido derecho a nada. Hay que gente que intenta pedir asilo político, pero es muy poca gente y no es fácil, porque no es sencillo demostrar lo que está ocurriendo.
- A lo largo de su carrera ha recibido varios premios. ¿Qué supone haber sido galardonado con el Premio Derechos Humanos de la Abogacía Española?
Me alegra, sobre todo porque es un premio sorpresa. Además toca las dos vertientes en las que llevo trabajando muchos años, derechos humanos y periodismo. Es como un traje a medida.
Además, me alegra estar con otros premiados como José Palazón, el “Quijote de Melilla”. No sólo por el valor que tiene al defender los derechos humanos en esa ciudad sin ley, sino también de alguna forma por la soledad en que lo hace. Creo que Palazón debería tener mucho más apoyo real, no sólo de palmaditas en la espalda o de ‘me gusta’ en Facebook. Es muy duro hacer lo que lleva José Palazón haciendo tantos años en un entorno tan hostil y sin apoyos suficientes. Y si no defendemos a los defensores de los derechos humanos, ¿qué hacemos?