01 diciembre 2021

La lucha contra la desinformación y la posverdad, desigual y difícil de ganar

Carlos Hernández-Echeverría, Lucía Méndez, Raúl Magallón y Alfonso Armada

¿Se pueden combatir eficazmente las noticias falsas? A juzgar por el panorama actual, la lucha contra la desinformación y la posverdad es desigual y además, muy complicada de ganar porque, con la ayuda de las redes sociales, las noticias falsas se han normalizado. Y los medios de comunicación, que deberían ser la vacuna,  se encuentran en una difícil situación para contrarrestarlas. Esas fueron algunas de las conclusiones del  Congreso de Derechos Humanos de la Fundación.

Carlos Hernández-Echevarría, coordinador de políticas públicas y desarrollo institucional de Maldita.es, señaló que las consecuencias de la desinformación “son cada vez mayores y tiene más alcance. Antes de la pandemia mucha gente pensaba que era algo que no iba con ellos, pero ahora lo ha visto en su grupo más íntimo”. Eso tiene un gran riesgo, porque  “la calidad de nuestra sociedad es la calidad de la información que tenemos”, y ahora “se pintan realidades para que se actúe o vote de una determinada manera”. Uno de los problemas es que “cuesta mucho desmontar un bulo y el que lo monta lo puede hacer en muy poco tiempo, es muy desigual”, lamentó.

No obstante, consideró que hay remedios más allá de una ley contra la desinformación, y estas “empiezan en nosotros mismos, hay que pensárselo dos veces antes de reenviar bulos”.

Para Lucía Méndez, periodista y redactora jefe de Opinión en El Mundo, la solución es muy complicada. “Va a ser prácticamente imposible legislar contra las noticias falsas. Nadie ha encontrado una solución aceptable para que no caiga contra los ciudadanos esta tormenta de desinformaciones”, señaló. Además, lamentó que “el periodismo está en periodo de adaptación y el contenedor afecta directamente al contenido, cuando uno no puede llamar a una fuente para confirmar la noticia porque hay que lanzarla antes que la competencia”.

Además, el modelo actual de los medios, regido por al consumo de noticias y el número de visitas no ayuda,  “Si el consumidor pide determinadas noticias enfocadas de determinada manera se las tienes que dar, porque es el que paga. La información deja de ser información y el periodista deja de serlo y se convierte en alguien que debe satisfacer los deseos del lector para cobrar su sueldo”, señaló. Alfonso Armada, presidente honorífico de Reporteros sin Fronteras,  explicó que “la posverdad no es sinónimo de mentira, sino que trata de crear una verdad alternativa,  con la ayuda de las redes sociales. Viaja a toda velocidad y suele ser más fascinante”.

Para Raúl Magallón, investigador y profesor del Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, “vivimos en un momento de normalización de la desinformación, que responde también a que el uso de la información ha cambiado y que los límites que permitían distinguir entre información y opinión ya no está tan claros”.

“El periodismo no está en crisis, sino su intermediación en la esfera pública”, consideró, y advirtió de que las plataformas tecnológicas se han convertido en actores políticos con un papel fundamental en las democracias. “Es necesario distinguir entre legislar sobre los contenidos y regular la forma en la que se presentan, porque lo primero puede atentar contra la libertad de expresión”.

La solución se presenta por ello complicada: todos los participantes coincidieron efectivamente en señalar que los intentos de limitar la desinformación llevan a restringir la libertad de expresión. De ahí la importancia de apostar por un periodismo de calidad,  “que es la vacuna para todo esto y es más necesario que nunca”, señaló Hernández-Echevarría.

La “censura informal” de las redes sociales

Cristina Monge, Edu Galán y Gonzalo Fanjul

Las redes sociales son muy responsables de esta proliferación de la desinformación, y además están propiciando un nuevo tipo de censura, tal y como se abordó en otra mesa redonda.

Edu Galán, creador de la revista satírica Mongolia, señaló que existen censuras informales, como utilizar el aparato del Estado para desgastar la libertad de expresión, la falta de independencia económica o la presión sobre los artistas para que sus palabras tengan consecuencias laborales…  “Esto crea un ambiente, en todo Occidente, de censura informal y de linchamiento social”, afirmó.

Cristina Monge, profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza, advirtió de que las redes sociales, lejos de ser un espacio de conversación pública, son en realidad espacios privados, en los que las grandes corporaciones tecnológicas dictan las reglas: “A mí no me hace gracia que Twitter le cierre la cuenta a Trump porque hoy es Trump y mañana, con los mismos argumentos, es una líder de un movimiento feminista argentino. Se les ha dado unas prerrogativas enormes a estas compañías”.

Y en el mismo sentido, Galán se mostró preocupado porque “se puede dar en un futuro que estas compañías controlen Estados de Derecho y medios de comunicación”.

Además Monge explicó que en esas redes sociales “vivimos en burbujas autorreferenciales, centradas en sí mismas”. Burbujas, en las que, según Galán, “se potencia el señalamiento, el enjuiciamiento,  la emocionalidad, la demostración de la moral propia frente a la de otros”.

“Se crea una sensación infantil cortoplacista de juicio justo y rápido en la que el otro es linchado o condenado al ostracismo”, añadió, antes de advertir de que “la política de la cancelación destroza carreras y vidas”.

Monge explicó que es la propia sociedad la que en cada momento decide qué es aceptable y qué no. Y respecto a la tendencia actual del neopuritanismo y la censura sobre asuntos que se consideran inadecuados, Monge señaló que  es algo “no aporta nada a la sociedad democrática si la sociedad tiene claros sus valores”. “El pasado hay que revisitarlo para entenderlo, y lo que está generando el revisionismo hoy en día es un síntoma de lo que está pasando en la sociedad respecto a sus convicciones”, añadió.

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