06 noviembre 2018

Dónde encontrar y cómo seleccionar las buenas ideas para el discurso

 Rafael Guerra Por Rafael Guerra

Siempre he creído que las ideas –las buenas, claro está– son el componente esencial de un buen discurso. Cómo se dice, es muy importante. Pero el último toque de calidad lo aporta lo que se cuenta en él.

Así pues, la primera tarea del orador es encontrar esas buenas ideas. ¿Pero dónde buscarlas? Sólo hay una respuesta: donde las hay.

Las bibliotecas han sido tradicionalmente la principal fuente suministradora. Hoy, el manantial inagotable está donde estamos nosotros en este momento: en internet. Casi todo se encuentra aquí. Y muy pronto, se encontrará absolutamente todo. Las principales bibliotecas del mundo digitalizan sus fondos y los ponen a disposición del público. Valgan como ejemplo nuestra Biblioteca Nacional,  la Biblioteca Nacional de Francia o la Library of Congress de Estados Unidos.

En el ámbito propiamente jurídico, a parte de las empresas especializadas, que ofertan la posibilidad de descargar sus obras online, el CENDOJ (Centro de Documentación Judicial) permite consultar prácticamente toda la jurisprudencia, y el BOE, toda la legislación. Y, como herramienta universal, Google facilita localizar un gran número de estudios y opiniones sobre cualquier cuestión jurídica, o de otro tipo.

Por ideas para el discurso, no ha de quedar. Las hay por doquier. El problema está en escoger las buenas. ¿Cómo saber que lo son? ¿Y de esas, cuáles incluir y cuáles dejar fuera?

Primera sugerencia. Antes de iniciar la búsqueda y selección, procede acotar el campo. Si se trata de construir un informe para un juicio penal, por ejemplo, no parece sensato inspirarse en un tratado sobre el sistema reproductivo de los anfibios.

Con esa hipérbole, quiero enfatizar que se ha de identificar muy bien el objeto del discurso. En un proceso judicial, es muy importante, capital, diría yo, saber reconocer el aspecto o los aspectos claves del asunto, no sólo para buscar las ideas, sino para diseñar la defensa en general. De ello opinaré en otra ocasión.

También la calidad del auditorio manda mucho en la elección de ideas. Habrán de desecharse las triviales y manidas, si aquél lo forman personas de elevada preparación intelectual. No parece oportuno, creo, contarle a un juez los principios teóricos de la culpabilidad, pongo por caso. Se los sabe. Y,  probablemente, muy bien. (Casi se me escapa: mejor que nosotros, los abogados.)

Otras circunstancias condicionan igualmente lo de escoger las ideas: la ocasión, el momento, la duración, el tono del discurso, etc. En todo caso, siempre revoloteará algún concepto de límites imprecisos al que vincular la elección. Tales son lo de “buenas”, incluido en el título de este artículo, o los aludidos en los párrafos que preceden a éste: “clave”, “trivial”, “manido”, “sensato”, “oportuno”.

¿Cuándo las ideas son buenas, triviales, manidas, sensatas, oportunas, originales, expresivas, brillantes, inoportunas, sugestivas, concluyentes, valientes, agresivas, remilgadas, etc., etc.?  Lo siento. Hemos llegado a una vía sin salida, de las que, en retórica, hay unas cuantas. Conocemos, más o menos, los significados de esos adjetivos. Pero esos significados carecen de límites precisos. No son escantillones con los que medir las ideas al milímetro. Son impresiones.

Parecería que escurro el bulto cuando se trata de concretar –algo que suelo criticar de los rétores al uso–, que me escaqueo de ofrecer utensilios específicos para componer discursos. No es eso. Lo que no quiero es engañar a nadie. Se pueden conocer todos los tipos de argumentos descritos por Perelman y Olbrechts-Tyteca en su Teoría de la argumentación, pongo por caso. Pero, una vez sabidos, no es fácil decidir cuál elegir en cada ocasión.

Tras darle muchas vueltas el asunto, he llegado al convencimiento de que identificar las ideas fetén –sobre todo si han de ser pocas–, las que pudieran mover la voluntad o conmover el espíritu de los oyentes, tiene que ver con la “sensibilidad retórica”. Otro “sexto” sentido más, que funciona no sólo en la selección de las ideas, sino en otros muchos aspectos relacionados con la elocuencia.

Me apetecía seguir con esto de la sensibilidad retórica. Pero estoy muy cerca ya del límite máximo que el decoro impone como razonable a la extensión de una entrada de blog. Será, pues, mejor dejarlo para la próxima.

Rafael Guerra
retorabogado@gmail.com

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