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24 mayo 2022
El poder de la sonrisa del abogado
Por José Ramón Chaves
TWITTER @kontencioso
Hasta el siglo pasado los esquimales de Groelandia solventaban sus disputas mediante una justicia de risa, literalmente, pues la comunidad rodeaba a los litigantes y la disputa la ganaba quién más ridiculizara a su adversario y consiguiera mayores risas de la audiencia.
Afortunadamente, dando un salto en el tiempo y el espacio, en nuestro ordenamiento jurídico la solemnidad de la justicia ha supuesto ganancias de rigor y acierto, aunque también de frialdad.
Por alguna razón, los intervinientes en los litigios perciben la sala de vistas como una variedad de tanatorio: espacio de respeto, lugar de paso, ocasión de hablar lo justo, y sin tomárselo a risa. Además. parece que, en los honorarios del abogado, como en la paga del soldado espartano, no va incluido el deber de sonreír.
No faltan razones para esta sombría percepción, pues por los pasillos judiciales transitan diariamente disputas serias con protagonistas inquietos: el juez puede estar cansado por la sucesión de vistas, bien por las pasadas o por las que le quedan; los abogados sufren natural tensión por lo que se juegan; los testigos y abogados se sienten incómodos por ser examinados; o sea, pocas cosas invitan a sonreír y ninguna a reír.
Sin embargo, la sonrisa franca y espontánea, ayuda mucha en su labor al abogado.
En un primer plano, cuando el abogado trata el cliente. Es una manera de darle cálida acogida. Solo la esfinge de Delfos permanecía hierática cuando recibía a quienes le preguntaban, porque no le importaban las vidas de los consultantes. En cambio, el abogado tiene el deber de infundir confianza al cliente y una franca sonrisa, acompañada lógicamente de conocimiento, ayuda a tejer esa mínima complicidad entre abogado y cliente que se pondrá a prueba en el desarrollo del litigio.
En un segundo plano, cuando el abogado actúa en estrados. Al entrar en Sala, la sonrisa constituye la carta de presentación del abogado en la vista oral. Sobran las muecas, gesto avinagrado o pose Buster Keaton. A los jueces les gustan que los abogados estén cómodos en la vista oral y posiblemente a éstos les agrada que el juez les reciba esbozando una sonrisa. Al fin y al cabo, si existe elegancia en las competiciones deportivas, y cordialidad entre árbitros y contendientes, también debería haberla entre jueces y abogados, incluidos fiscales, y de éstos entre sí.
El tercer plano es el del interrogatorio de testigos y peritos. Normalmente, quien comparece a declarar lo hace en estado de alerta y bien viene que el abogado le ayude a bajar el puente levadizo con una sonrisa, antes o durante el interrogatorio. Y ello, aunque la sonrisa tranquilizante venga acompañada de preguntas sugestivas, agudas o envenenadas, porque lo cortés no quita velar por el cliente.
Finalmente, hay momentos en que el abogado comete un error procesal en el curso de la vista, quizá advertido por el juez o el abogado contrario, momento adecuado para una sonrisa autocrítica que transmita comprensión y disculpa.
En cambio, la sonrisa burlona ha de evitarse radicalmente en estrado. A veces la esbozan algunos abogados cuando escuchan a la parte contraria, y persiguen mostrar al juez que lo que escucha no es creíble, aunque encierra una falta de respeto frente a la contraparte. Olvidan estos abogados que el juez está alerta, y aunque éste no gesticule, en su interior bullen pensamientos críticos sobre lo que escucha, sin necesidad de contar con la complicidad del abogado. Esa sonrisa arrogante de algunos abogados, con ánimo de ridiculizar o dañar, empaña la sana lucha de argumentos que debe imperar en la vista oral.
Y por supuesto, prohibida la carcajada, porque el foro no es un circo. Y ello pese a la conocida leyenda forense del juez de Puerto del Rosario (Fuerteventura) que en 1987 fue acusado e incluso sancionado por realizar funciones judiciales disfrazado de mosquetero por ser tiempo de carnavales, pero lo cierto es que la Sala tercera del Tribunal Supremo anuló la sanción ante la falta de prueba de semejante infundio.
Otra cosa es que se den ocasionalmente situaciones de complicidad conjunta entre los abogados de las partes y el juez, como en cierta ocasión en que un juez veterano y bigotudo escuchó al abogado iniciar su alegato en la vista oral con solemnidad: “Con la venia de su señorita”. O cuando en cierta vista oral, tras finalizar la declaración del testigo en pie frente al tribunal, le autorizó el juez a sentarse y el testigo así lo hizo, pero en los estrados, al lado del abogado, despertando general hilaridad en la sala. O el caso igualmente real, al que asistí personalmente, en que el testigo, corpulento y rudo, tras contestar a las generales de la ley manifestando ausencia de amistad o enemistad con la parte demandante, el abogado que no le había propuesto como prueba, solicitó permiso para comentar preocupado: “señoría, nos parece importante que conste que la semana pasada este testigo fue condenado penalmente por agresión al demandante con un bastón y por daños al romperle la luna de su coche”. El juez le pidió al testigo que alegase al respecto y este sin inmutarse expuso: “Es verdad, lo hice, pero aunque es un mal bicho, no tengo enemistad con él”. Las risas en Sala fueron incontenibles.
En todo caso, el juez debe efectuar un esfuerzo serio de contención de sonrisas, pues su gesto puede ser interpretada erradamente por los abogados, como signo de complacencia, ironía o crítica, y alterar la deseable serenidad y juego limpio del procedimiento.
Si así y todo, el juez sonríe y le dice al abogado: “Vaya concluyendo”, o “Ya ha quedado clara su posición”, no debe interpretarse como sonrisa debida a una situación chistosa, sino como una invitación suave a que ponga fin a su disertación.
Tampoco está de más que el abogado sonría al despedirse, sea del juez o del letrado contrario. Otra cosa es el legítimo derecho del abogado a una sonrisa abierta si la victoria llega, o a lucir una sonrisa de amarga tristeza si se pierde.
En suma, la seriedad del abogado es marca de su noble profesión, pero no es incompatible con administrar la sonrisa en las vistas orales. El abogado puede ser serio y cortés, pero si además transmite cordialidad con puntuales sonrisas, usará una vía ágil de comunicación, y mejorará su reputación. Como decía el actor Charles Chaplin: “Una sonrisa cuesta poco y produce mucho. No empobrece a quien la da y enriquece a quien la recibe”.
José Ramón Chaves
Magistrado
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