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22 diciembre 2016
El respeto a la ley
Cuando Sir Wilfrid Robarts en Witness for Prosecution (‘Testigo de cargo’) descubre que la absolución de su cliente se ha producido no por su brillante estrategia de defensa, ni por su acerada técnica de interrogatorio a los testigos del caso, ni por su oratoria forense llena de sutilezas y aristas dialécticas, sino porque Cristina Vole (Marlene Dietrich) la esposa de su cliente y éste, Leonard Vole (Tyrone Power) han tramado a sus espaldas la configuración de una prueba falsa, su indignación se manifiesta casi en voz baja. Robarts- Laughton silabea su consternado despecho como una serpiente despertada inesperadamente de un letargo impuesto equivocadamente por el tiempo o el clima. “Han hecho ustedes mofa de las leyes de Inglaterra”. Porque Sir Wilfrid Robarts es un jurista curtido en mil batallas, encanecido en mil estrategias de defensa, con la piel encallecida ante el sufrimiento o la despiadada malevolencia de los seres humanos, pero siempre se ha regido por un escrupuloso respeto por la ley. Eso es lo que exige el, por otra parte, amplio campo del common law, un respeto absoluto por la ley que los ciudadanos libres se dan a sí mismos tras concluir el contrato social. Todo en la ley, nada ni nadie por encima de la ley. Una ley que han de interpretar los jueces en los tribunales de Justicia conforme con leyes que deben asegurar la independencia de éstos y la imparcialidad de un proceso justo construido sobre la roca de los derechos fundamentales. Probablemente se equivoquen, pero esas equivocaciones, esos errores en el fallo pueden ser recurridos y en todo caso si persistiera el error, esa decisión se fundamenta en que se ha adoptado con escrupuloso respeto a esas garantías sustantivas y procesales.
La indignación de Robarts tiene que ver, no con su orgullo de saberse engañado por sus clientes sino porque estos no han confiado ni en la ley ni en su competencia profesional en el ejercicio del derecho de defensa. Ese atajo para sortear el resultado de un proceso, para asegurarse un fallo favorable, supone la destrucción del sistema del proceso debido en el que la igualdad de las armas de los contendientes, el aseguramiento de la imparcialidad de las normas que perfilan el proceso y la independencia del Tribunal que juzga el caso constituyen el basamento de una justicia justa. La amargura de Robarts es la amargura decepcionada de un jurista que contempla la manipulación artera de las reglas constitucionales del proceso penal, la estafa probatoria concebida como la grosera utilización precisamente del ámbito tutelar del proceso a la hora de presentar las pruebas ante el tribunal. La decepción profesional de Robarts tiene que ver con la ruptura de la relación de un cliente con su abogado, en la desconfianza para con su oficio forense. La prostitución del fallo absolutorio es completa, pura y sencillamente porque el tribunal, y no sólo el letrado Robarts, ha sido engañado, el fallo se ha obtenido con mercancía probatoria de matute. Lamenta Robarts que no se hayan confiado a él, a su probada pericia que no se engaña acerca de la culpabilidad o inocencia de su cliente sino que reflexiona y planea cómo, siempre en el escrupuloso respeto a la ley, puede manejar el caso para obtener una sentencia favorable a sus intereses. Es a la acusación a quien corresponde presentar el caso ante el Tribunal y conforme con el sistema acusatorio presentar pruebas lícitas que destruyan la presunción de inocencia que corresponde al acusado de un delito. La defensa espera su turno para, con calculada estrategia, combatir esa presentación acusatoria del caso. Es ese delicado equilibrio legal y constitucional el que salta por los aires cuando la pareja de amantes urde una prueba falsa que les salve.
Ella, Cristina Vole, hará justicia directa, sin proceso alguno, ejecutando en plena sala de vistas al amante que la abandona por otra mujer más joven. Es de nuevo el turno de Sir Wilfrid Robarts, que pospone una ilusoria vacación que renueve su agotado organismo para defender en la ley y ante la ley a esa asesina convicta, a esa persona que había obtenido una sentencia injusta manipulando la ley. La misma ley que Sir Wilfrid Robarts va a utilizar para defenderla en un juicio revestido de todas las garantías que ofrecen las leyes de Inglaterra.