
Blog de Comunicación y Marketing Jurídicos
11 febrero 2025
Por Óscar León
TWITTER @oscarleon_abog
La relación abogado-cliente no es un vínculo estático, sino un proceso dinámico en el que las expectativas, las necesidades y las circunstancias del caso pueden cambiar en cualquier momento. Desde el primer contacto, el abogado debe negociar el alcance del encargo, los honorarios, las condiciones del servicio y las estrategias a seguir. Sin embargo, la negociación no se limita a estos aspectos iniciales, sino que se mantiene a lo largo de toda la relación profesional: hay que gestionar las expectativas del cliente, renegociar enfoques cuando surgen imprevistos, justificar decisiones estratégicas y, en muchas ocasiones, convencerlo de adoptar la solución más viable, aunque no sea la que inicialmente deseaba. Además, el componente emocional del cliente (su ansiedad, frustración o impaciencia) influye en cada una de estas negociaciones, exigiendo del abogado una combinación de habilidades técnicas y emocionales para mantener una relación fluida y evitar conflictos innecesarios.
En muchas ocasiones, el éxito de una negociación no depende solo de los argumentos jurídicos o de la estrategia procesal que ofrecemos al cliente, sino de la capacidad del abogado para manejar las dinámicas emocionales que surgen en la relación profesional. Un cliente que se siente comprendido y acompañado en su preocupación estará mucho más dispuesto a aceptar razonamientos jurídicos, valorar opciones realistas y respetar el criterio del abogado.
A continuación, analizaremos las principales habilidades emocionales que todo abogado debe desarrollar para negociar eficazmente con sus clientes.
Empatía: comprender las emociones del cliente
La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender sus emociones y preocupaciones. En el contexto de la abogacía, esto no significa compartir el estado emocional del cliente, sino reconocerlo y validarlo sin comprometer la objetividad profesional.
Para negociar de manera efectiva, el abogado debe:
Un abogado empático genera confianza y facilita la negociación, ya que el cliente se sentirá escuchado y comprendido.
Control emocional: no dejarse arrastrar por la tensión
En la negociación con el cliente, es común encontrarse con emociones intensas:
Aquí es donde entra en juego el control emocional. Un abogado debe ser capaz de gestionar su propia respuesta ante estas situaciones sin reaccionar impulsivamente ni perder la calma.
Para ello, es recomendable:
Un abogado con control emocional proyecta seguridad y profesionalidad, elementos clave en la negociación con el cliente.
Paciencia: gestionar el ritmo de la negociación
Muchos clientes requieren explicaciones repetidas, necesitan tiempo para asimilar la información o insisten en puntos ya aclarados. En estos casos, la paciencia es fundamental.
Un abogado debe entender que el cliente no tiene conocimientos jurídicos y que su estado emocional puede impedirle comprender todo a la primera. Por ello, es recomendable:
Ser paciente evita tensiones innecesarias y permite que la negociación fluya de manera más efectiva.
Resiliencia: afrontar la presión sin desgaste
El ejercicio de la abogacía conlleva una gran carga emocional. No solo por la presión de resolver los problemas de los clientes, sino también por las exigencias, críticas y situaciones de conflicto que pueden surgir.
La resiliencia es la capacidad de afrontar la presión sin que esta afecte el desempeño profesional o el bienestar personal. En la negociación con el cliente, esto implica:
Un abogado resiliente es capaz de afrontar la adversidad sin que esta afecte su desempeño ni su bienestar.
Capacidad de poner límites: no ceder ante manipulaciones emocionales
Algunos clientes intentan influir en la estrategia legal a través de la presión emocional. Pueden hacerlo desde la agresividad (exigiendo resultados imposibles) o desde la victimización (intentando que el abogado se involucre más allá de lo profesional).
Aquí es fundamental que el abogado tenga la capacidad de poner límites, lo que implica:
Un abogado que sabe poner límites protege su independencia y evita caer en dinámicas poco saludables con sus clientes. Un letrado que desarrolla habilidades como la empatía, el control emocional, la paciencia, la resiliencia y la inteligencia emocional será capaz de manejar con éxito cualquier negociación con su cliente. Además, saber poner límites evitará que la relación profesional se desvíe hacia terrenos problemáticos.