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23 noviembre 2017
La virtud de la humildad del abogado
Por José Ramón Chaves
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El Derecho presume que todos los ciudadanos conocemos las leyes y reglamentos, y en el caso de los abogados la presunción se convierte en creencia popular de ser los pilotos hábiles del mar de los sargazos de conflictos, jurisprudencia y lucha judicial. Además la toga y la tradición robustece de solemnidad tal labor. Sin embargo, desde que se sale de la Universidad con el flamante título hasta que se jubila, el abogado aprende a ser humilde.
La primera lección de humildad la reciben muchos novicios cuando abren su primoroso y moderno bufete, y no hay cola de clientes. Amigos y familiares traen sus casos y consultas pero no sus carteras. También se percatarán de que ser graduado en derecho no es licencia para dictaminar sobre todos los asuntos jurídicos divinos y humanos, y que bien está especializarse dando razón al castizo dicho “aprendiz de todo, maestro de nada”.
La segunda lección de humildad procede de los primeros pasos en el turno de oficio y las primeras sentencias, en que se abre a sus ojos una verdad incómoda: no hay correlación entre esfuerzo y sentencia. No la hay cuantitativamente, pues muchas horas de dedicación pueden despacharse en líneas, ni tampoco cualitativamente, pues la firme creencia de dejar bien atado un pleito puede saldarse con una sentencia que lo desata frívolamente.
A partir de ahí, comienza a cultivarse madurez profesional a golpe de toga. Y las sorpresas aguardan siempre en el recodo de cada litigio. Unas veces se sufre la denegación de una prueba que se consideraba imprescindible. En otras, la sana crítica del juez para valorar el testimonio o la pericia, provoca la sana crítica del abogado por su desacierto. Y no faltan las sorpresas ante las zancadillas o prepotencia del colega con el que toca negociar o litigar.
La humildad se convierte en valiosa compañera, porque lleva a no dictaminar un asunto con precipitación ni suficiencia y a reservarse el criterio tras reservado estudio. También a percatarse de que en las relaciones con el cliente es mejor escuchar mucho y hablar poco, y lo que se hable que sea claro, de igual modo que en los escritos procesales se trata de convencer al juez y no demostrarle la cantidad de datos que somos capaces de “cortar y pegar”. Esa misma humildad lleva al veterano a no subestimar al contrincante ni al juez, pues la mejor manera de ganar un pleito no es jugar a la ruleta de engañarles o confiar en su error, sino en persuadirles con sólidas razones y jurisprudencia actual de nuestra tesis.
Junto a ello, la humildad lleva en casos cruciales a contactar con el colega o amigo y cambiar impresiones, porque del diálogo brotan flancos cruciales para resolver el litigio. Hoy por ti, mañana por mí. Es más, a veces esa valiosa humildad impone rechazar una defensa o recomendar otro compañero.
En suma, las valiosas manifestaciones de la humildad del abogado radican, tanto en mantener la curiosidad por aprender y no creer que se sabe todo, como en aceptar las críticas de su labor que puedan venir de clientes o sentencias desfavorables.
Hay estudios sociológicos que sitúan como las profesiones de mayor ego a las de ingeniero, abogado y médico, por este orden, aunque me temo que la de juez anda también sobrada pues tal y como decía Calamandrei, la soberbia del juez es una enfermedad profesional. Pero lo realmente importante, no es la sana vanidad sino que tanto en abogados como jueces ese humano pecadillo no condicione la labor que espera la sociedad. Por eso sabiamente aconsejaba Don Quijote a Sancho cuando éste iba a asumir su papel de jurisperito en la ínsula: “has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey”.
En suma, conocerse a sí mismo, como persona y como jurista, posibilidades y realidades. Y desde este punto de partida, comprender que la ciencia del derecho no es tan científica y que ni jueces ni abogados son infalibles, lo que hace que la Justicia sea una dama evasiva a la que hay que cortejar con elegancia, paciencia y esfuerzo, y sobre todo, humildad.
José Ramón Chaves
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