21 enero 2020

Los gestos del abogado importan

José Ramón Chaves  Por José Ramón Chaves
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La propia locución “vista oral” sugiere el peso conjunto de lo que se habla y de lo que se ve durante su desarrollo. Al fin y al cabo, el abogado trata de persuadir al juez de la existencia de razón y para eso influyen los gestos de todos los protagonistas.

Es notorio que en el foro no hay contacto físico y se mantiene una distancia de seguridad con un imaginario triángulo isósceles de debate con el vértice superior ocupado por el juez y los otros dos por los abogados en liza. Ese escenario propicia el contacto visual de todos y facilita que la atención no se limite a lo que se dice y cómo se dice, sino a los gestos que acompañan a las palabras. Además la intervención por turnos de cada letrado permite al contrario adoptar expresiones faciales, posturas o gestos.

El empleo por el abogado de una frase jurídicamente interesante o incluso el deliberado silencio, si van acompañados del gesto apropiado pueden ser demoledores y decisivos para atravesar la línea de la victoria.

Lo curioso es que ni en la Facultad ni en los Colegios de Abogados suelen darse clases de comportamiento gestual, o así cabe deducir de la variadísima tipología de actitudes gestuales que se dan en la práctica forense.

Un juicio tiene mucho de teatro y el espectador principal al que debe gustarle la obra es el juez. Este escucha con atención pero no puede levantarse, cerrar los ojos o atender el móvil, así que es inevitable que preste atención no solo a lo que se dice sino a cómo se dice, a como se gesticula cuando se habla, o a como lo encaja el contrario.

Al juez no solo le importa el gesto del abogado cuando el mismo vierte su propio alegato o escucha al contrario, sino cuando habla el testigo o el perito pues ahí los gestos de ambos abogados ante sus palabras sugieren su respectiva valoración, especialmente si afloran las sonrisas, los rictus o tartamudeos, o si fruncen el ceño. Incluso a veces el juez percibe un exceso gestual de los abogados para sugerir o apuntar respuestas discretamente en los testigos. Todo forma una información valiosa, muchas veces subliminal, pero que puede contribuir a que el juez complete el puzle del caso.

Tampoco debe olvidarse el valor del gesto en la relación del abogado con el juez, al encajar éste las negativas judiciales (pruebas denegadas, preguntas rechazadas, quejas desestimadas, etcétera). Es humano el disgusto o enojo del abogado que las sufre, pero mas práctico y rentable procesalmente resulta exponer la queja con cortés lamento que abrir los ojos, bufar, tensar las manos y echarse hacia atrás como la cobra dispuesta al ataque.

Los gestos son de doble dirección pues el abogado debe estar alerta a las señales que derivan de los gestos del juez, cuya mirada o rictus puede indicar que el alegato se extiende mas de lo debido, que los derroteros argumentales son inverosímiles o por el contrario, que evidencien un juez complacido, alerta y convencido.

Uno de los recursos gestuales más habituales e importantes es asentir o negar con movimientos de cabeza. Cuando el contrario afirma hechos o argumentos, el letrado contrario tiende a manifestar su asombro moviendo levemente la cabeza negando. Y cuando quiere un golpe de efecto, resoplar visiblemente capta la atención del magistrado.

Recuerdo lo efectivo que resultaba un abogado veterano que administraba maravillosamente el uso de la tos. Cuando el contrario decía algo que no le interesaba, tosía con estrépito, y cuando el mismo iba a pronunciar un solemne alegato, carraspeaba e incluso tronaba enérgicamente para anunciarlo. También era llamativa la conducta de otro abogado al escuchar al contrario, pues optaba teatralmente por quitarse las gafas, desorbitar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, boquiabierto, para transmitir que lo escuchado era inaceptable.

También he contemplado en vistas orales a abogados que bajaban la vista ante un testimonio o informe pericial negativos, algunos que agitaban nerviosamente los papeles o retorcían el bolígrafo, e incluso alguno que cerraba el maletín con gesto malhumorado.

Nadie debería dar signos de derrota en plena vista oral pues como se dice en el argot taurino “hasta el rabo, todo es toro”, y aunque las probabilidades de éxito vayan decreciendo según se desarrolla la vista oral, nunca desaparecen del todo pues la realidad jurídica es mas rica que la ficción y las sorpresas abundan: un iura novit curia que socorre, una oportuna zancadilla procesal, una torpeza final del contrario… nunca se sabe…

Por eso es importante, ensayando en el despacho si es preciso, o asistiendo a las vistas orales de otros profesionales, que el abogado sepa mostrarse en Sala con neutralidad y blandiendo una sonrisa sutil que proclame elegantemente al foro que se siente seguro de sus tesis y que todo discurre conforme es de esperar para su triunfo.

Quizá no es desafortunado llamar al demandante parte actora, pues su misión es actuar con la palabra y el gesto, con derecho a replica del demandado. Los juicios como los juegos de póker suelen ser juegos de suma cero, donde no pueden ganar todos y por eso los detalles importan y bien está saber que la “cara de póker” sirve tanto para ocultar lo que se piensa como para mostrar lo que no se piensa.

No olvidemos que el gran orador griego Demóstenes recibió clases de un actor de teatro, Andrónico, porque superadas las limitaciones de su tartamudez no quería descuidar la fuerza de sus gestos. Pero sobre todo es significativo que su homólogo romano, doscientos años después, Cicerón, solía retarse con su amigo Roscio, actor, para ver quién era capaz de expresar de más maneras una idea, si aquél con palabras o éste con gestos. Lo cierto es que hoy día ayudan en los litigios tanto la elocuencia como la mímica. Bueno será tenerlo presente.
José Ramón Chaves 
Magistrado
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