10 noviembre 2021

Mantener la serenidad en los enfrentamientos ocurridos durante el juicio

 Rafael Guerra Por Rafael Guerra

Los juicios son batallas. Dialécticas, pero batallas al fin y al cabo. No es extraño, pues, que en ellos, a pesar del férreo protocolo con que cursan, se produzcan encuentros cuerpo a cuerpo.

Los habidos entre los letrados de las partes suelen ser incruentos, porque el juez los desactiva rápidamente. Más perturbadores son los que tienen lugar entre éste y aquéllos.

Con relativa frecuencia, se suscitan, cuando menos, tiranteces entre los abogados y el juez. Qué sé yo, por preguntas dirigidas a los testigos que su señoría no deja formular, toques de atención por la forma de hacerlas, llamadas al orden por expresiones, digamos, apasionadas.

Ilustraré el concepto con un ejemplo concreto en el que fui actor involuntario. Hace no mucho, defendía a tres hermanos contra una administración pública en un juicio de lo social. Consideré necesario ampliar la demanda incluyendo hechos ocurridos con posterioridad a su formulación. Nada más oír el anuncio, su señoría frunció el entrecejo y, desde el primero hasta el último – eran cuatro –, intentó, con una autoritaria actitud pedagógica, convencerme de que desistiese de la pretensión.

Debo aclarar, para que se entienda lo ocurrido, que era mi primera actuación ante ese juez y que ya tengo mis años, por lo que, supongo, pensaría: “este buen hombre no tiene ni idea del procedimiento o está senil”.

A cada una de las objeciones, cada vez más intensamente pedagógicas, yo alegaba: “resuelva su señoría no admitir la ampliación del hecho, si la considera improcedente, para que pueda formular respetuosa protesta a efectos del oportuno recurso”. Nunca lo hizo. Supongo que sólo quería instruirme, y ya de paso, al no resolver, cerraba el portillo por el que se colase un recurso de suplicación que no procedía por razón de la materia (artículo 191.3.d de la Ley 36/2011, de 10 de octubre, reguladora de la jurisdicción social).

Cualquier rétor aconsejará mantener la calma en situaciones parecidas. Y es que conservar la sangre fría es una de las habilidades que todo buen abogado de foro debe poseer. Para adquirirla, nada mejor que ejercitarla en cuantas ocasiones se presenten. Se trata de aprender a no alterarse en las discusiones – las habidas con el abogado contrario, con el juez, pero también con el cuñado sabelotodo, con el vecino ruidoso, con el conductor indeciso –, y de convertir esa serenidad, al principio forzada, en rutina.

Claro que una cosa es predicar y otra dar trigo. Durante los muchos juicios en los que he intervenido, he perdido la calma que aquí aconsejo, en más ocasiones de las que habría deseado. No es que me haya echado al cuello de su señoría, que nunca lo he hecho, y no par falta de ganas en más de una ocasión. Sólo, que las reyertas procesales siempre me han perturbado. Es decir, me han hecho perder la calma, la tranquilidad, la quietud de espíritu.

No estoy convencido de que el responsable de los enfrentamientos entre abogado y juez sea siempre aquél. Un letrado quisquilloso es como una bomba de relojería. Pero hay magistrados que contribuyen también al lío. Un juez, en mi opinión, no debe discutir nunca, ni dar pie a ello. Debe limitarse a – sin acritud – resolver, explicar el porqué de su decisión e informar de los recursos que caben contra ella. Punto.

He llegado a pensar que más de uno, con el gesto huraño, las interrupciones frecuentes, la desatención manifiesta, la displicencia, la recriminación, la “pedagogía”, busca deliberadamente desestabilizar a los letrados, hacer que pierdan la calma. ¿Que para qué? Pues para ahorrarse tiempo, trabajo y responsabilidad. Cuantas menos cuestiones se le planteen, menos tendrá que pensar y resolver. Es sabido que un abogado intranquilo, como un bergantín desarbolado, maniobrará dialécticamente mal durante la vista.

¿Qué puede hacer el abogado en casos así? En mi opinión, invocar la ley. El juez que introduce tensión en el juicio, está saltándose más de una; desde luego, todas las relacionadas con el derecho de defensa. Y formular, sin ningún miedo, cuantas protestas considere oportunas. Seguro que darán mucho juego en un eventual recurso.

Lo que un letrado que se sienta acosado, no debe hacer nunca, pero nunca, es perder la calma. La externa, desde luego, aunque sólo sea por la propia imagen, y, sobre todo, la interna, porque, sin ella, no hará bien su trabajo.

Rafael Guerra
retorabogado@gmail.com 

Comparte: