05 mayo 2017

Un barril de libros

El joven LincolnAl comienzo de Young Mr. Lincoln ( El joven Lincoln, 1939)  Abe Lincoln es  un tipo solitario, de verbo fácil, que vende cosas en una tienda almacén en los alrededores de New Salem a la vez que inicia una carrera política presentando su candidatura al cuerpo legislativo estatal. John Ford, eligiendo a Henry Fonda como Lincoln –una figura que ambos admiraban- introduce en las imágenes de la película no sólo un concepto visual, la presencia magnética de un actor que se aproxima con su físico desgarbado, parsimonioso, algunos tics, a las fotografías que poseemos del político, sino que añade a ese concepto visual una idea moral, la del americano decente, sencillo, conectado con la gente del pueblo, capaz de participar en una fiesta popular juzgando tartas o tirando de una cuerda en una competición de fuerza, o cortando troncos, ese mismo concepto que nuestro Código Civil designó lapidariamente como el honrado padre de familia. Ford y su guionista, Lamar Trotti, inscriben así a su Fonda – Lincoln en una tradición de democracia liberal y directa, participativa, de la misma manera que funden a su personaje en la exuberante y aún virgen naturaleza circundante muy al modo de pensadores como Thoreau o poetas  como Walt Whitman, que versificaría el asesinato de Lincoln con su célebre poema “¡Oh, capitán, mi capitán!”.

En ese comienzo de película, pues, ese tipo desgarbado que no sabe bien cuál  será su destino, qué será de su vida, empieza a descubrirla cuando una carreta con pobres inmigrantes no pueden pagar los suministros que necesitan, no tienen dinero, en la tienda que regenta Lincoln con un socio y le ofrecen el contenido de un barril lleno de polvorientos libros. “¡Books!”, “¡Libros!” exclama  codicioso y admirado el joven Abe Lincoln. En un momento en el que pocos sabían leer y escribir que ese joven provinciano, huérfano temprano, criado en los bosques, avezado leñador, se haya educado en el placer adictivo de la  lectura ya transparenta toda una declaración de principios, un estilo de vida. En ese trueque de libros por suministros vitales todos ganan y Lincoln descubre fascinado un volumen cuidadosamente encuadernado, un texto clásico de   Derecho, los “Comentarios sobre el Common Law” obra de Blackstone. Lincoln acaricia amorosamente el libro, un tesoro inesperado que ha caído en sus manos, lo hojea  con placer y sin saberlo abre, como siempre que abrimos las páginas todavía silentes de un libro, todo un mundo maravilloso de descubrimientos que nos aguardan  desde siempre, se precipita  en  el estudio  de las leyes. En esta hora de lo digital permítanme reivindicar los libros, los libros en los que aprendimos y aprendemos el Derecho, ese instrumento  que nos ayuda en la alianza con la cultura.

En plena Naturaleza, al borde de un río que fluye con el tempo de una reflexión de filosofía  griega, Abe Lincoln, con los pies en alto apoyados en el tronco de un árbol –así, nos dice él, piensa mejor-, desgrana los principios del Common Law, las reglas básicas del Derecho y de los derechos de la gente, concluyendo que todo, la misma Justicia, se reduce a lo que está bien o está mal.  Poco después en el mismo lugar, visitando la tumba de Ann Rutledge, un amor perdido, un ítem profundamente fordiano, quien le había estimulado a ir a Springfield y estudiar leyes, Lincoln decide seguir ese consejo y se inicia así  una etapa de formación en la que el derecho y la política se entrecruzarán  pero en la que esas ideas de los ‘Comentarios’ de Blackstone orientarán sus pensamientos y vida. Un juicio defendiendo a unos pobres inmigrantes de una acusación de asesinato cimentará su vocación y popularidad. Pero esa historia la contaré otro día. De momento, y si quieren disfrutar de esa obra maestra, que es ‘El joven Lincoln’ disponen ahora mismo de una magnífica reedición en DVD con suculentos extras, como una legendaria entrevista de la BBC con Ford, el hombre que no concedía entrevistas.

Comparte: