06 julio 2020

La presencia de mascotas en los despachos de abogadas y abogados. Buenas prácticas

Por Joan Martínez García

Decano del Il·lustre Col·legi d’Advocats de Granollers y miembro de su

Comisión de Protección y Defensa de Derecho Animal.

 

Esta idea fue expuesta en el IV Congrés de l’Advocacia Catalana celebrado en Tarragona en septiembre de 2018, donde recibió el primer premio de buenas prácticas en despachos de abogados.

Y lo entendí todo. Ya lo decía Paula Pérez Alonso en su libro “No sé si casarme o comprarme un perro”: aquél que pueda competir con un labrador por el amor de una mujer será digno de mi amor.

Creo, o mejor afirmo que, si la protagonista de ese libro, Juana Eguiza, acudiese a un despacho de abogadas o abogados para plantear una solución a su crisis de pareja, lo haría, sin duda alguna, acompañada de su labrador. Cómo también lo haría nuestro querido Edward O. Wilson, ese gran especialista de la vida secreta de las hormigas y teórico sobre la utilización de feromonas en la forma de comunicación de esa especie de himenópteros. Él dijo, entre otras, que las personas sentimos una afinidad innata por todo lo viviente y lo natural, y que existen parámetros fisiológicos concretos que indican los beneficios de la relación persona y animal: “Tener cerca una mascota mejora nuestra calidad de vida”. Cuestión de feromonas. Cuestión de oxitocinas, cuestión de todo aquello que liberamos cuando estamos en contacto con un peludo o peluda. Y cuestión también… de estadística: al 76% de las personas nos gustan los animales. Un 74% de la población es consciente que un animal de compañía les hace o les haría feliz. Un 70% afirma que entiende lo que su animal de compañía le quiere decir. Un 62% habla o hablaría con su can o su felino. Un 76% lo consideran un miembro más de la familia, asignándole su propio rol dentro de ella. Un 75% de las relaciones establecidas entre personas y perros son de perfil emocional, mientras que un 25% de perfil pragmático. Al menos, eso afirma el II Análisis Científico sobre el Vínculo entre personas, perros y gatos, realizado en el año 2014 por la Fundación Affinity.

Tampoco nadie podrá negar los beneficios terapéuticos de esos peludos y peludas, sobre todo con nuestros o nuestras menores más necesitados y necesitadas:

  • aumentos de la confianza y la autoestima
  • mejora en el conocimiento de las emociones
  • mejora de la motricidad
  • mejora de la autonomía
  • mejora de las habilidades sociales
  • terapias antibullying
  • #terapias TADH
  • terapias 1.000, etc.

Si habéis acudido últimamente a centros penitenciarios, hospitales psiquiátricos o residencias de la tercera edad habréis observado que cada vez más, estos centros cuentan con alguna mascota. Algunos hasta cuentan con auténticas y cuidadísimas colonias de gatos, como es el caso de la Prisión de Quatre Camins, en la Roca del Vallès, Barcelona.

¿Es aplicable esta tendencia a los despachos de abogados y/o abogadas?

No. Al menos de forma genérica. Y los que tienen presencia de animales suelen ser del mismo titular del despacho. Les felicito.

Llegados a este punto, os invito a que aconsejéis a vuestros clientes y clientas que acudan a vuestros despachos acompañados o acompañadas de sus mascotas cuando tengan que tratar sus problemas. Seguro que de la conexión de oxitocinas surgirán escenarios más positivos, más empáticos, más favorables a la resolución alternativa a los conflictos planteados, escenarios con soluciones no tan inmediatas y sí más largo plazo, más colaborativas que si se derivasen de otras conexiones, no sé, por ejemplo, de ciertos consejeros y/o consejeras (#acompañantes) que mejor estarían tomando café en el bar de la esquina que de copiloto en el despacho. En fin, escenarios menos estresantes (apunte sobre la sintomatología del estrés: nerviosismo, migrañas, dolor abdominal, insomnio, falta de apetito, problemas de piel, hipertensión, enfermedades coronarias, de presión arterial, colesterol y triglicéridos, así como una menor frecuencia cardiaca).

Lo dicho, pongamos mascotas en nuestros despachos. Pongamos mascotas en nuestras vidas. ¡Normalicemos su presencia en espacios públicos y privados!

Con esta última frase me viene a la cabeza un recuerdo con el que quiero acabar. Fue uno de mis primeros viajes por tierras vecinas, como siempre acompañado de mi inseparable labrador, cuando paré a almorzar en una cadena de restaurantes que no pasan desapercibidos por los grandes cuernos que sobresalen de su tejado. Até la correa de mi labrador a la sombra un árbol que podía controlar des de el interior del local -con su agua fresquita que nunca le podía faltar-, y me dispuse a entrar. Antes de poderme sentar, una de las camareras me dijo que no dejara el perro fuera, que lo entrara. Yo extrañado le dije que no quería molestar a los clientes del local con la presencia del animal, a lo que me contestó, o así creí entender en mi francés de COU, que había personas que molestaban más que los animales en su local y, que lo entrara. No me resistí y así lo hice. Después de acomodar al Tuli bajo la mesa, ponerle agua y sabrosas galletitas en forma de hueso y unas caricias que ya hubiera querido yo para mí, me preguntó qué quería beber. Lo primero es lo primero.

Cuánto respeto. Cuánto amor. Y no es necesario decir que, desde entonces soy asiduo correcaminos por tierra, mar y aire de las tierras vecinas, y cada vez que veo unos cuernos sobresalir de un tejado no pienso en el héroe con perilla, pelo largo y sombrero de ala ancha que cazaba búfalos; veo con ojos de atento espectador, la mirada de aquella joven camarera y de mi labrador, y entonces lo entendí todo, entendí el lugar, entendí dónde sueñan las hormigas verdes.

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