08 octubre 2021

¿Zoológicos en el siglo XXI?

Sònia Carbó Serra. Abogada del ICA Girona y miembro de la CPDA.

Inmersos ya en el tercer milenio, y presentado por parte del Gobierno el borrador de la nueva Ley de Bienestar Animal, cabe preguntarse por el papel de los denominados parques o jardines zoológicos en la sociedad actual. Incluimos en ese concepto también los delfinarios y similares.

En efecto, en su apogeo, en la antigua sociedad que nos precedió (siglo XIX), se carecía de cualquier tipo de medio técnico susceptible de dar a conocer la zoología a la población, que no fuera mediante la captura y encierro de animales, seguida de su reproducción en cautividad, cuando ello era factible.

La puesta en celdas de seres inocentes -en el sentido moral y, por consiguiente, humano del término-, dio lugar a innumerables generaciones de, por ejemplo, grandes felinos efectuando movimientos estereotipados en sus jaulas/celdas, y de primates en constante actitud agresiva con sus vecinos. La reproducción en cautividad engendró seres que ni siquiera podrían sobrevivir en lo que para sus padres hubiera sido su medio natural, pero no ya para ellos, carentes de las habilidades para la supervivencia de las que la crianza artificial les ha privado.

Además de por causas científicas o divulgativas más o menos justificables, aunque con sus profundas sombras, también se creaban zoológicos (casas de fieras, habían llegado a denominarse) por motivos claramente vergonzantes: exhibición de riqueza y poder por parte de casas reales, jefes de estado, millonarios, y en general personas que creen que exhibir animales en cautividad les da prestigio, sin importarles en absoluto su bienestar.

En 2021 -y desde mucho antes- toda la conocida como civilización occi-dental tiene -tenemos- acceso a información visual, tanto con finalidad puramente estética. como etológica (relativa al comportamiento) no ya de la fauna susceptible de ser aprisionada entre las paredes o en los barrotes de un zoo, sino de la que de ninguna manera lo es, como la formada por seres que habitan las simas oceánicas o de los inapreciables a simple vista.

De esta manera, contemplar un documental de calidad nos permite la observación de unos seres con un nivel de detalle -tanto en lo que se refiere a su aspecto como a su actitud vital- a los que de ninguna manera podríamos ni siquiera soñar en aproximarnos por nuestra cuenta: en primer lugar porque no disponemos de los medios técnicos a los que tiene acceso el documentalista, ni los conocimientos de los asesores que le guían; en segundo, porque las imágenes de los documentales realmente buenos se obtienen en la Naturaleza, hábitat natural de los animales; y no en condiciones de cautividad.

Efectivamente, debe tenerse en cuenta que un animal -incluso racional- preso no se comporta con normalidad, puesto que el impacto psíquico que le impone la propia cautividad le lleva, de forma inevitable, a modificar ese comportamiento.

Así, a cambio de no tener que luchar para obtener su sustento, y de estar protegido de sus depredadores naturales por las mismas paredes o barrotes que lo encarcelan, queda desposeído de cualquier posibilidad de ejercer su voluntad más que en el necesariamente pequeño espacio físico que se le impone, y obligado -en mayor o menor medida- a interactuar, ni que sea visualmente, con unos humanos a los que su propia naturaleza le induciría a evitar, en libertad, por su propio bien.

Por lo tanto, la visión de una bestia confinada en un zoológico no es la de la genuina, sino la de otra muy distinta: la de un animal cebado, atrapado, y con un comportamiento pasivo algunas veces, agresivo otras, pero anómalo siempre, como resultado inevitable de su desvinculación forzada con el medio natural con el que debería interactuar, en exclusiva.

Parientes como somos -en algunos casos muy próximos, como hermanos;  en otros más lejanos, como esos primos de tercer grado de los que ni siquiera conocemos su existencia- los animales convencionalmente llamados irracionales, cuando se les priva de libertad, se comportan como lo hacen los seres humanos encarcelados; con muchas limitaciones  y en la mayoría de casos, dejando de ser quienes eran para convertirse en otros distintos.

Por ello, y aun  reconociendo que no es lo mismo la imagen que la realidad, la supuesta utilidad científico-divulgativa de estos establecimientos puede calificarse como de prácticamente nula y, en todo caso, no justificable desde el punto de vista moral; es decir, poniendo en un platillo de la balanza la ventaja que supone observar al ser real en vez de a una filmación o grabación, y en el otro el sufrimiento que les produce el encierro forzoso.

Por lo tanto, consideramos que, en el mundo en el que vivimos, la existencia de prisiones animales (eufemísticamente llamadas parques, jardines, casas), con la única finalidad de ser contemplados por otros animales -nosotros-, carece tanto de utilidad práctica como de sostén ético.

Para terminar, reproducir una greguería, o aforismo breve de Ramón Gómez de la Serna, que resume algo que probablemente muchos de nosotros hemos experimentado visitando zoológicos:

“En la mirada de los animales hay una gran suficiencia. Miran una sola vez y retiran en seguida los ojos como si no les interesaseis, como si en esa sola mirada os hubieran conocido hasta el fondo de las entrañas”.

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