08 abril 2025

¿Cómo innovar en un sector como la abogacía, con tolerancia cero al error?

Rocío RamírezPor Rocío Ramírez

En mi último artículo para este blog titulado “El dilema del innovador” y cómo puede afectar a los abogados que no se reinventen”, hacía referencia a la importancia de mantener un continuo proceso de innovación y de reinvención en nuestros despachos o asesorías jurídicas.

La razón que esgrimía era que las tecnologías disruptivas emergentes ofrecen un nuevo horizonte por explorar. Son las herramientas con las que los abogados podremos repensar la forma de ejercer nuestra actividad, posibilitándonos idear, definir y crear nuevos productos o servicios, y adentrarnos en nuevos modelos de negocio. Porque es la innovación lo que hace evolucionar una industria.

Innovar no es más que un proceso de ensayo y error, en el que, partiéndose de una serie de hipótesis o asunciones sobre qué necesitan nuestros clientes, qué problemas tienen o de qué manera podemos aportarles mayor valor, comenzamos a idear soluciones para resolverles sus puntos de dolor, u ofrecerles un mayor valor agregado en nuestra oferta de servicios.

Innovar supone equivocarse, fallar, fracasar y volverlo a intentar, introduciendo mejoras sobre la versión anterior, en base a los aprendizajes de los intentos previos ya fallidos.

Pero a los abogados no nos gusta fallar.

La abogacía por tradición y por cultura, tiene una tolerancia al error prácticamente nula. El impacto que una equivocación por nuestra parte pueda llegar a tener en los intereses de nuestros clientes no es cuestión baladí.

Es nuestra obligación como abogados velar siempre por los intereses de nuestros defendidos. Un pequeño desliz puede ser fatal en el cumplimiento de este deber deontológico, con la consecuente repercusión que irremediablemente tendrá en nuestra reputación.

Un error en el cómputo de un plazo, dejar de esgrimir un argumento clave, no regular un aspecto concreto en la redacción de un contrato, no haber tenido en cuenta ciertas novedades jurisprudenciales, o no haber advertido un defecto procesal de contrario ya insubsanable por preclusión del plazo, pone en serio riesgo la exitosa tramitación de nuestros asuntos.

Y con la IA generativa en alza, el ejercicio de confiar a una “máquina” que vuelque en un documento de forma exhaustiva y completa todos los argumentos oponibles, que sea capaz de advertir ese error procesal a la hora de resumir una demanda de 100 páginas, o que archive correctamente una notificación del juzgado computando y agendando correctamente los plazos, se convierte en un auténtico acto de fe.

Las alucinaciones y el desconocimiento de las fuentes de las que los sistemas de IA extraen la información y datos, tampoco ayudan.

Pero la IA está suponiendo ya un antes y un después en nuestra profesión. Su potencial es evidente, y no cabe duda que va a remodelar por completo nuestra industria.

Todos hemos oído y leído ya cientos de casos de usos. Todos sabemos que la IA es capaz de ayudarnos en muchísimos aspectos de nuestro día a día, tantos como pueda alcanzar nuestra imaginación.

Pero aún nos cuesta dar el salto. La mayoría de las veces, por temor a que la IA se equivoque.

Sin embargo, debemos innovar para avanzar y no quedarnos atrás. Porque la IA nos ofrece un nuevo contexto de trabajo en el que los paradigmas y la forma de prestar nuestros servicios cambia de forma definitiva.

Para que los abogados podamos pensar en innovar, hace falta primero contar con la actitud y disposición adecuada. Fomentar una cultura que acepte el fracaso como parte del proceso de innovación, es esencial.

Innovar implica tener un mindset preparado para la equivocación, el error y el fallo, ya que innovar es explorar lo desconocido o no practicado hasta el momento para contribuir a la creación de algo nuevo. Cuando se intenta algo que nunca se ha hecho antes, es inevitable que se cometan errores.

Estos errores son además una parte natural y esencial del proceso y necesarios para el aprendizaje. Proporcionan valiosas lecciones. Cada fallo ofrece información, datos y conocimiento sobre lo que no funciona, permitiéndonos ajustar y mejorar nuestra idea, nuestra solución, nuestro proceso. Sin estos errores, sería muy difícil o casi imposible identificar qué áreas o aspectos son los que no están funcionando o necesitan mejorarse.

No es la primera vez que he referido que en otras culturas empresariales se prima el “fail fast-learn fast” (en castellano “falla rápido- aprende rápido”), explicado magníficamente por Eric Ries en su muy recomendable obra, “The Lean Startup”.

Es fundamental crear un entorno donde los errores sean vistos como oportunidades de aprendizaje en lugar de fracasos. Pero desde el sentido común. No vale dejar a la máquina a su libre albedrío.

Con carácter previo al uso sistemático de este tipo de herramientas en nuestro día a día, se hace necesario implementar procesos que ayuden a minimizar el impacto de dichos errores, como puedan ser la realización de un proyecto piloto en entornos controlados y con supervisión humana, con los que validar los resultados y tener monitorizadas las incidencias o errores que los sistemas hayan podido cometer, para hacer track, entender su origen y subsanarlos para que no vuelvan a darse.

Esta fase es esencial, y ayudará a que cuando sea puesto en producción, es decir, se implemente el nuevo proceso en la operativa propia del despacho o la asesoría, el riesgo de errores haya sido minimizado.

Introducida la IA en nuestro día a día, también se hace necesario un modelo mixto, en el que los resultados que nos devuelvan nuestros sistemas sean auditados y controlados. Al principio con mayor ratio y periodicidad, que se podrá ir reduciendo a medida que le vayamos cogiendo el pulso y viendo como va respondiendo. Esta medida nos ayudará a confirmar las tasas de éxito (que deberá ir en aumento), y detectar de forma inmediata errores residuales que deban ser igualmente trackeados para detectar su origen y subsanarlos.

La supervisión es esencial.

Estos procesos, nos ayudarán a minimizar errores, serán de gran ayuda para el aprendizaje, y para perder el miedo.

Porque debemos perder el miedo a innovar. Debemos perder el miedo a la tecnología. Debemos perder el miedo a la IA. Porque la IA puede ser nuestra gran aliada. Con su ayuda, con imaginación y pensamiento crítico, podremos llegar hasta el infinito y más allá.

En la nueva era de los servicios jurídicos, está todo por inventar.

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