16 septiembre 2024

¿Por qué innovar supone un gran reto para el abogado?

Rocío RamírezPor Rocío Ramírez

No hay debate, artículo, mesa redonda o evento en el que no se mencione la innovación como uno de los grandes retos a los que se enfrenta el sector.

En un escenario en el que la tecnología avanza a un ritmo trepidante, y la IA prometer transformar por completo la manera de entender nuestras vidas, nuestra profesión y nuestros negocios, la innovación debe ser el motor que nos permita seguir avanzando para convertirnos en el abogado del mañana.

Bombilla. Innovación legalInnovar no es más que hacer lo que se viene haciendo, pero introduciendo novedades. Y en este sentido, la tecnología supone un radical cambio de paradigma.

En la cultura empresarial, la innovación es el medio por el que se aprovecha el cambio como una oportunidad para definir una propuesta de negocio diferente.

La tecnología nos brinda la posibilidad de reinventar la tradicional manera de ejercer nuestra profesión, de ofrecer un servicio distinto y un valor diferencial a nuestros clientes. Lo que se hace esencial en un mercado tan competitivo como el actual.

Pensar que la tecnología no es para nosotros, o dejarla de lado por el momento porque nos parece muy compleja, nos hace perder una oportunidad única.

A pesar de esta situación sin precedentes, la mayoría de los abogados y despachos, seguimos arrastrando la tradicional manera de trabajar, porque innovar es complicado, muy complicado.

Innovar supone enfrentarse a obstáculos, dificultades y barreras, la mayoría de ellos autoimpuestos. Pero a su vez, puede hacer crecer nuestro negocio, y mucho, además.

Uno de los primeros impedimentos con los que nos encontramos, es que innovar exige un espíritu emprendedor y predisposición para emprender a sabiendas de que va a implicar afrontar un sinfín de dificultades y contrariedades. Nos obliga a salir de nuestra zona de confort. Y esto no es algo a lo que todos estemos dispuestos.

Pero como suele decirse, quien no arriesga, no gana. Y en un contexto de alta competitividad, y en el que la tecnología promete ser un catalizador de eficiencias y reducción de costes capaz de proveer un crecimiento significativo, no intentarlo puede suponer la crónica de una muerte anunciada.

Los escasos conocimientos empresariales del gremio tampoco ayudan. Porque no olvidemos que los abogados somos eso, abogados. Profesionales del Derecho, pero no de los negocios. La mayoría no tenemos conocimientos sobre business administration, que es disciplina aparte, dificultando nuestra capacidad para visualizar la importancia y el potencial de la innovación en nuestra actividad.

Otros de los aspectos que nos frena a hora de innovar es el coste. Cuando hablamos de costes, lo hacemos en términos de tiempo y dinero.

Dedicar tiempo a esto de innovar, es ya de por sí un hándicap, que ya sabemos que a ningún abogado nos sobra. Pero luego viene lo de destinar la partida económica necesaria para acometer y llevar a cabo las medidas que finalmente hayamos decidido implementar. Que se hace aún más complejo cuando no se tiene del todo claro que vaya a funcionar.

Pongo un ejemplo. Retrotraigámonos 10 años en el tiempo. Imaginemos que somos un despacho de abogados propio de entonces, que capta los clientes del modo habitual de aquella época, a través de los contactos y acciones de networking de los socios, de recomendaciones y el boca a boca.  Y las herramientas que utilizamos para gestionar el contacto con los clientes y tramitar los asuntos, son el teléfono, el correo electrónico y las carpetas de Windows.

Viendo el potencial de los entornos digitales, decidimos cambiar nuestra propuesta valor facilitando a nuestros potenciales clientes que nos contacten por la página web de manera muy fácil, ágil y sencilla. Y una vez formalizado el encargo, cualquier tipo de intercambio de información, datos y documentos, que se pueda hacer a través del área de clientes de la web. Además, decidimos que queremos mejorar eficiencias, y reducir costes, tiempo y esfuerzo en el proceso de captación, y de comunicación con nuestros clientes.

En este sentido, desplegamos acciones de marketing en los medios que dirijan la atención de nuestros potenciales clientes a nuestra página web; introducimos un CRM que extraiga la información de los potenciales clientes que interactúen con ella y la vuelque en un software de gestión legal, dándolos de alta automáticamente, para poder contactarlos y organizar la primera reunión. Y para los que ya son clientes, empezamos a implementar el área de clientes de la web como medio de comunicación e intercambio, cuyo contenido se volcará de forma automática en nuestro aplicativo.

Esta novedosa propuesta va a exigir asumir los costes del desarrollo y adquisición de las herramientas digitales necesarias, el esfuerzo y el tiempo de replantear y redefinir los procesos de trabajo que su introducción en el despacho va a suponer. Estaremos invirtiendo tiempo y dinero, pero no tenemos la certeza de que este esfuerzo obtenga el resultado esperado en el tiempo estimado.

No olvidemos que en aquella época, este planteamiento era algo completamente novedoso y disruptivo.

Deberemos arriesgarnos a afrontar los costes de la inversión, aun a sabiendas que puede que funcione, o puede que no. Y estar preparados para seguir invirtiendo trabajo, tiempo y esfuerzo en hacer los cambios y ajustes en las herramientas, en la organización interna y en los procesos de trabajo, y adoptar las nuevas medidas necesarias que nos vayan acercando al resultado esperado.

Porque el riesgo de que no funcione es intrínseco al ejercicio de innovar.

El ejemplo descrito es ya práctica habitual en muchos de nuestros despachos, pero no lo era en aquella época, y asumir el riesgo de hacer algo que nadie ha hecho antes, o muy pocos hacen, a sabiendas de que puede que no funcione, exige de mentalidad emprendedora, y cierto grado de valentía.

Innovar supone fallar y volverlo a intentar, mejorando la versión anterior basándonos en lo aprendido tras este intento fallido. Y volverlo a intentar, y volver a fallar, para volverlo a mejorar. Y así en un continuo proceso de mejora constante.

Pero el abogado, por regla general, no es emprendedor, y no siempre está predispuesto a afrontar este proceso. Además, culturalmente tenemos poca tolerancia al error, dado el impacto que pueda llegar a tener en los intereses de nuestros clientes.

Otras culturas empresariales priman el “fail fast-learn fast” o “falla rápido-aprende rápido”, para agilizar al máximo el proceso innovador, aprendiendo de los errores para introducir nuevos ajustes, y así destinar cuanto menos tiempo y recursos sea posible. Esta metodología está ayudando a que la tecnología evolucione de forma exponencial y nos ofrezca posibilidades infinitas para mejorar la experiencia de nuestros clientes y la calidad y el precio del servicio que ofrecemos. Nos posibilita reducir costes internos y hacer nuestra actividad más rentable, ayuda a incrementar nuestra productividad y a ser más eficaces y eficientes. Permite que gestionemos nuestra cartera dedicándole menos horas y esfuerzo, posibilitándonos aumentarla sin necesidad de incrementar tiempo y recursos.

Pero si no innovamos, no podremos experimentar todo el potencial que nos brinda.

En un contexto como el actual, no podemos empeñarnos en mantener la misma forma de trabajar de hace años, si las herramientas y soluciones tecnológicas con las que ahora contamos no existían entonces.

Por eso los abogados debemos innovar, y si nos asusta y da miedo, debemos innovar con miedo.

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