03 febrero 2025

Detrás de los muros: relatos de una abogada en el mundo penitenciario

Por Gloria Lope Lope, del Servicio de Orientación y Asistencia Jurídica Penitenciaria de Burgos.

Si buscas en estas líneas un artículo más o menos sesudo sobre un tema jurídico- penitenciario, deja de leer y ocupa tu tiempo en otras cosas. Si te gustan las experiencias reales y más si son penitenciarias, entonces te animo a que sigas leyendo, porque de eso va este artículo, de algunas de mis experiencias penitenciarias -que bien podrían ser las tuyas-. Pues vamos allá y comencemos por el principio.

Fachada de cárcelCuando todavía quedaban algunos años para el cambio de siglo y yo comenzaba a ejercer como abogada, uno de mis primeros asuntos fue defender a unos chavales que habían hecho del robo con violencia su “diversión” de fin de semana. Entre ellos estaba Diego, fontanero de entre semana, delincuente a partir de viernes noche. Ni el cariño de su madre Petra, ni el nacimiento de su hija Tania pudieron impedir que pasase unos cuantos años en la cárcel, en lo cual fue colaborador necesario el consumo de droga. Ahora, pasadas varias décadas, me lo encuentro con frecuencia mendigando en la esquina de la catedral, demacrado y sin un diente en la boca; Gloria, me saluda al verme, Diego le respondo cuando paso junto a él y sigo camino hacía la sede de nuestro colegio (desde hace unos meses rebautizado como Colegio de la Abogacía).

Detrás del cristal -ahora ya en atención directa- yendo a la cárcel con el Servicio Jurídico me he llevado alguna que otra “sorpresa”; como Benito el chavalote (grande y fuerte) que hizo la reforma del piso de mis padres, siempre dispuesto y con buen talante, me lo encontraba alguna tarde comiendo una pizza con su novia en el bar El Dólar. Parece ser que el negocio de las reformas no le reportaba tan buenos beneficios como los trapicheos con las drogas.

Este año, la víspera de Nochebuena, acudió también al Servicio Jurídico una de estas “amargas” sorpresas; Mario, mi vecino del cuarto, el hijo de Ascen. Lleva entrando y saliendo de la cárcel desde antes de que yo acabase la carrera. A veces, cuando disfruta de algún permiso de salida me le he cruzado en el portal o he subido con él en el ascensor. Nos pedía que le solicitáramos un cambio de destino, ahora estaba en Estremera y quería volver a Burgos, allí no le podía ir a visitar su madre.

Me gustaría también acordarme de aquellos compañeros que ya no están entre nosotros (aunque su recuerdo sigue presente) que también tuvieron su experiencia penitenciaria.

En el Curso de Práctica Jurídica (lo que sería ahora el Máster de Acceso a la Abogacía) nos daba clase de Procesal Penal, Mario Cañada, un abogado, ya por aquel entonces de reconocido prestigio en la plaza. Nos llevó a visitar las instalaciones del Centro Penitenciario de Burgos (mi primera entrada en una cárcel). Marian, una de las alumnas, que gustaba de vestir unas cortas minifaldas fue el objeto de todas las miradas, silbidos y piropos (de los que ahora serían delito) cuando cruzábamos por el centro del patio. -Si lo hubiera sabido, me hubiera puesto pantalones-, le recriminaba al profesor al salir al aparcamiento de la cárcel. Este otoño, Mario Cañada fallecía, siendo ya un veterano abogado, con más que suficientes años como para jubilarse, pero pensando siempre en el juicio de la semana siguiente.

En el último locutorio, al final de la fila, se ponía mi compañera Marga; yo la veía cuando entrábamos en el locutorio grande, donde atendemos en el Servicio Jurídico. Le levantaba la mano para saludarla y ella me respondía con otro gesto. Se pasaba la tarde allí, hablando con su hermano Santi; allí seguía cuando nosotros ya habíamos terminado y recogíamos la aparatosa carpeta de las fichas (ahora llevamos un portátil). Todo aquello fue minando la salud de Marga y ahora me acuerdo de ella cuando vamos en bicicleta a Tinieblas, su pueblo, y nos paramos a descansar enfrente del cementerio donde está enterrada.

El paseo por la playa de Berria, junto a Santoña, a comienzos del pasado otoño, me trajo el recuerdo de mi compañera Irene, también se paseaba por esta playa en sus últimas semanas de vida y que, seguro que levantaba la vista, como yo también la levanté, hacia el penal de El Dueso que se asoma al mar Cantábrico; bonitas vistas, desde detrás de los barrotes.

En los difíciles tiempos de la posguerra, estando preso en la cárcel de Burgos, el poeta Ana Marcos junto con otros presos con inquietudes artísticas y literarias publicaron una revista, primero se llamó Aldaba y después Muro; escritas a mano, que conseguían sacar clandestinamente al exterior. Desde hace unos años se publica en la cárcel de Burgos un periódico; La Voz del Patio, se llama. Por supuesto, no se publica clandestinamente, si no que se puede encontrar sin problemas en cualquier sitio como un centro cívico, una biblioteca… Una excelente iniciativa. Yo me lo leo de cabo a rabo, hasta los horóscopos.

Para despedirme nada mejor que el poema que Marcos Ana dedicó a María Teresa León como agradeciendo al jersey tejido por ella y que le hizo llegar a la cárcel de Burgos:

Mi vida, os la puedo contar en dos palabras:

Un patio.

Y un trocito de cielo

por donde a veces pasan una nube perdida

y algún pájaro huyendo de sus alas.

Los nombres de las personas que cito son ficticios, pero estas experiencias penitenciarias son reales como la vida misma.

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