Blog de Derecho Penitenciario
16 junio 2016
La primera vez. Cárcel y reinserción social
Todavía tengo grabado, como si fuera ayer, la primera vez que entré en un centro penitenciario.
La facultad donde estudié, que en aquellos momentos soñaba con ser más moderna y revolucionaria que la media, nos propuso a los estudiantes de 4º de Derecho visitar la cárcel. No podíamos negarnos a tal oportunidad, menos aún teniendo una asignatura que se llamaba Criminología.
Llegado el día, estábamos nerviosos. No teníamos ni la más mínima idea de qué nos encontraríamos. ¿De verdad los presos iban con trajes a rayas?, ¿llevaban grilletes?, ¿acaso las celdas tenían barrotes de hierro?
Nada más entrar, nos separaron. Los chicos entraron en el módulo de cumplimiento masculino y las chicas, en el femenino. Al principio hubo cierto malestar por esta segregación, al final de la visita entendimos el porqué.
Lo primero que me enmudeció es la tensa calma que se respira, y el fuerte olor a lejía y desinfectante. Hasta acceder a los módulos, pasamos por diferentes puntos de seguridad: verjas que se abren a distancia al cerrarse la anterior, ecos en los pasillos, funcionarios protegidos en sus puestos… A medida que se van dando pasos tienes la sensación de que dejas atrás el mundo real, el cotidiano, y entras en otra dimensión. Presientes en esos momentos estar a merced de otras personas, y que la libertad de deambulación se va quedando atrás en cada uno de los controles de seguridad.
Pronto nos encontramos con los primeros presos. No dábamos crédito. ¡El jardinero es uno de ellos!,¡no lleva traje a rayas! Nada más lejos de nuestra realidad.
Llegados al módulo, las reclusas nos miran con cara de sorpresa e interés, imagino que las mismas que tendríamos nosotras. Pero sobre todo estábamos sorprendidas porque eran personas normales. Entonces, ¿por qué ellos? Recuerdo especialmente una chica, Rocío, tenía nuestra misma edad, cualquiera de nosotras podría estar en su lugar.
Estaba condenada por tráfico de drogas. Nos enseñó su “chabolo”, y las fotos de su hijo de 4 años. Estaba deseando salir a la calle. Rocío no tenía estudios ni posibilidad de trabajar, todo su afán era volver a su casa con su hijo y su marido, que en otras ocasiones también había estado preso. Su vida no había sido precisamente un camino de rosas. Quedó huérfana de madre muy joven y, aunque su abuela cuidaba de ella, desde muy niña aprendió el oficio de madre y esposa. Se le presentó la oportunidad de dedicarse al trapicheo, y le hacía falta el dinero para sobrevivir. Compartía celda con otra reclusa, con la que no se llevaba “ni bien ni mal”, solo que “está loca”, decía. “Lo peor de todo es que no la tratan con respeto. Anda que si llega a pillar a una de esas en la calle, el tirón de pelos no se lo quitaba naiden”.
¿Qué delgada línea separa el bien del mal?; ¿en qué momento se truncan nuestras vidas para terminar en prisión? Pasan por nuestras cabezas infinidad de preguntas, que hasta ese momento resultaban inimaginables… ¿Será desde el nacimiento?; ¿son las malas compañías?; ¿será cierto que la mayoría de presos son los más vulnerables económicamente?; ¿cuántas personas aquí saben leer y escribir correctamente?.
Poco a poco vamos conociendo el módulo y sus dependencias, cocinas, talleres, aulas, patios, salón de actos, escuela, celda de aislamiento… Pero a medida que se agota nuestro tiempo en prisión, retumba cada vez más fuerte en mi cabeza la misma pregunta: y cuando salgan a la calle, ¿qué?
Pese a que nuestra Constitución en su artículo 25.2 dispone que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”, me temo que la cárcel no evita la reincidencia, sino que la aumenta. ¿Realmente se cumple este mandato? ¿Nuestra sociedad está preparada para acoger a un excarcelado? Según una estadística de Instituciones Penitenciarias de marzo de 2015, solo el 18,9% de los presos trabajan y reciben por ello un sueldo. ¿Y el resto? ¿Acaso existen programas de seguimiento reales para continuar con el proceso de reinserción una vez cumplida la pena?
A estas alturas no descubro la pólvora al afirmar que de las inversiones públicas no están en el top-ten las dedicadas a mejoras de centros penitenciarios y/o programas de resocialización. ¿Pero de verdad queremos seguir apartando a “Rocíos”?.
Mª Luisa Jiménez Santana, abogada ICA Sevilla