Blog de Derecho Penitenciario
26 julio 2024
“Sotanas entre rejas, la única cárcel para curas del mundo estuvo en España”
Por María Guiu, letrada del Servicio de Orientación Penitenciaria del Colegio de Abogados de Zaragoza.
Los pasillos donde “Malamadre” ( Celda 211) inició un motín de película albergaron, 50 años antes, la única cárcel de curas que hubo en el mundo, la cárcel concordataria de Zamora.
El concordato firmado entre España y el Vaticano en 1953 acordaba que un sacerdote no podía ser juzgado por un tribunal civil sin el permiso de la autoridad eclesiástica. De la misma manera, tampoco podían cumplir condena con el resto de la población, sino que serían recluidos en una casa eclesiástica o, al menos, en localizaciones distintas en las que se encontrasen los laicos.
A pesar de que existía la mencionada posibilidad de ser recluidos en una casa eclesiástica, no era fácil que esto se produjese realmente pues, si era una casa tradicional, no estaba demasiado dispuesta a acoger reclusos antifranquistas y, si no lo era, sus miembros podían confraternizar con el preso. Es por este motivo por el que se decide crear una prisión exclusivamente destinada a sacerdotes: la cárcel concordataria de Zamora.
Aunque el clero no se posicionó mayoritariamente en contra del régimen franquista, sí que hubo sacerdotes que lo hicieron en contra de la represión, las torturas y los asesinatos. El régimen reaccionó ante ese clero, muy vinculado con los movimientos sociales y el sindicalismo, que, contestatario, disidente, combativo y rebelde, denunciaba en los púlpitos la violenta represión franquista.
La mayoría de esos “curas rojos” eran abertzales, aunque también había comunistas gallegos, catalanes, madrileños o aragoneses, como Francisco García- Salve, militante del PCE y Comisiones Obreras.
La cárcel concordataria se habilitó en 1968 en uno de los pabellones de la prisión provincial de Zamora, separado del resto de módulos. Tenía plazas para medio centenar de reclusos, aunque por sus celdas pasaron hasta 1976 un centenar de religiosos.
Alberto Gabikagogeaskoa fue el primer sacerdote recluido, en julio de 1968, en este pabellón de la cárcel provincial. ¿Su delito? Pronunciar una homilía subversiva por la que fue juzgado por propaganda ilegal. En este sermón el cura denunciaba que en las cárceles del País Vasco se torturaba a los presos. El Tribunal de Orden Público lo condenó a seis meses de cárcel y una multa de 10.000 pesetas.
A Gabikagogeaskoa le seguiría monseñor Olaechea, quien, en una homilía titulada “Ni una gota más de sangre de venganza”, pidió el perdón para el enemigo: “ No más sangre que la que quiere Dios que se vierta, intercesora, en los campos de batalla, para salvar a nuestra Patria”.
Primero llegaron las multas, que algún caso multiplicaban por cien el sueldo del clérigo y, tras negarse a pagar, comienzan los internamientos en prisión.
El cura Periko Solabarria (Portugalete) acabó en prisión por tres homilías “subversivas”; los “curas obreros” Felipe Izaguirre y Zulaika también fueron juzgados por sus misas; los clérigos Lukas Dorronsoro y Mikel Zuazabeitia dan con sus huesos en la cárcel por participar en una manifestación de trabajadores. Juan Mari Arregui ocupa dos veces el Obispado de Bilbao y se encierra en el seminario de Derio junto a cuarenta compañeros. Su intención era forzar al obispo a que denunciase la arbitrariedad con la que se decretaba el estado de excepción en Bizkaia y Guipuzkoa. Sus manifiestos propagandísticos eran emitidos por Radio París- que se hacía eco de sus denuncias contra la tortura, la represión policial, las detenciones y la situación del pueblo. Fueron juzgados en Burgos y condenados por rebelión militar a penas de entre diez y doce años de cárcel. Se imponía la ley de bandidaje y terrorismo.
Las condiciones que los eclesiásticos se encontraron en la cárcel de Zamora no fueron especialmente acogedoras. Los inviernos eran tan fríos que las tuberías acababan congeladas, y los veranos eran muy calurosos. Además, la comida era escasa y de mala calidad; las únicas lecturas de las que se disponían eran El diario de Zamora y el Marca, previamente censurados. Las visitas se hacían a gritos, a través de una doble malla con la presencia de un vigilante que podía oír las conversaciones; la correspondencia estaba limitada a una carta por semana y no se podían tocar temas sociales o políticos. Las cartas que se recibían pasaban por censura previa.
La situación llegó al punto de que diez sacerdotes planearon su huida de la cárcel construyendo un túnel de 16 metros, con sus manos y cucharas como únicas herramientas. Después de seis meses cavando y cuando habían programado la fuga para tres días más tarde, fueron descubiertos por los vigilantes. Con ocasión de una entrevista al sacerdote preso Nicanor Acosta (año 2021) éste rebelaría que – según su testimonio- fue Santiago Carrillo quien dio el chivatazo a la policía del intento de fuga de los sacerdotes. Asegura que, al salir de la cárcel varias semanas antes del día previsto para la fuga, pidió ayuda al Partido Comunista para dar cobertura desde fuera. Sin embargo, la Policía franquista se enteró y echó abajo el túnel. “Muchos años más tarde, en una presentación de un libro, fue el mismo Carrillo quien me dijo que había sido él quien había dado el aviso a la Policía”, relata Nicanor pensando que lo hizo por ganarse el favor de parte del régimen y “favorecer más tarde la legalización del PCE”.
Pero sería el 6 de noviembre de 1973 cuando la situación en el Penal llegara a un momento tenso, que se resolvió con seis sacerdotes levantándose contra la cárcel y protagonizando un motín que culminó con un altar en llamas en plena cárcel destinada a curas. La revuelta concluyó con una condena de 120 días en una celda de castigo.
Tras varias protestas, huelgas de hambre y lucha de los propios presos y de colectivos religiosos en el exterior la cárcel concordataria desapareció en 1976. Poco después también lo hizo el privilegio del fuero, que impedía procesar a miembros del clero sin el consentimiento episcopal.
Muchos de los sacerdotes encarcelados por motivos políticos colgaron la sotana después de estos hechos. Cuarenta años después de aquel motín carcelario, en 2013, 16 de los sacerdotes que sufrieron la represión y la tortura decidieron sumarse a la querella argentina por los crímenes del franquismo que instruye la jueza María Servini de Cubría.
NOTA: La vida, la historia, los testimonios de estos “curas rojos” fue excelentemente narrada en la película documental de los directores vascos Ritxi Lizartza, Oier Aranzabal y David Pallarés, titulada “Apaiz Kartzela / la cárcel de curas”, año 2021.