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FIRMAS CON DERECHO
EDUARDO MENDOZA
(Barcelona, 1946) Escritor, Premio Planeta 2010 y Premio Cervantes 2016
El jurista clandestino
Estudié Derecho por dos razones que, bien mirado, bien podrían ser tres
30 _ Abogacía Española _ Mayo 2018
LA PRIMERA, al menos cuando tomé la decisión de optar por la abogacía, fue, como
ocurre con frecuencia, la tradición familiar. En mi familia paterna todos los varones
habían estudiado Derecho, con alguna excepción, considerada por los demás, creo que
con razón, malandanzas del inevitable garbanzo negro. Con este descuento, puedo
reafirmar que todos los varones habían estudiado Derecho, y también que casi nin-
guno se había inclinado por el libre ejercicio de la profesión. Con profundo sentido
de la responsabilidad pública y privada, habían preferido servir al país y servirse a
sí mismos en alguna rama de la Administración del Estado. Un probo funcionario no
sólo tiene la vida asegurada, sino ordenada y tranquila. Con esta herencia genética, yo
nunca pensé que se pudiera proceder de otro modo.
LA SEGUNDA razón por la que estudié Derecho era tanto práctica como social. Un
funcionario, salvo que se dedique a la prevaricación, no se enriquece. Pero su pro-
fesión lo asimila a la autoridad. Y en aquellos años la autoridad era la autoridad sin
paliativos. Sin embargo, los privilegios que esto conllevaba entonces (entrada gratuita
en algunos espectáculos, cierta relevancia social y mucha lisonja) no eran pecuniarios,
o no lo eran directamente, por lo que el hijo de un funcionario era consciente de que
su manutención y sus estudios representaban una carga onerosa; y si era persona de
buen corazón (y todo funcionario en ciernes lo es por definición), tenía prisa por dejar
de ser una carga para el peculio familiar y pasar a hacerle una contribución positiva.
Con esta divagación vengo a decir que me tenía que ganar la vida bien y pronto, y eso,
en mi situación, sólo lo podía conseguir obteniendo un título universitario. También
se podía conseguir el mismo resultado con una buena boda, pero ahí, aparte de mis
escasas dotes, el factor social intervenía de un modo decisivo. El devenir funcionarial
de mi familia nos había llevado a Barcelona y en Barcelona las alianzas familiares
funcionaban de otra manera.
LA TERCERA razón es un poco vergonzosa, pero tan notoria que no merece la pena
ocultarla. Es ésta: que a pesar de todo lo que antecede, yo no sentía ninguna inclina-
ción por el Derecho. Ni por la áspera pero animada práctica del litigio, ni por el es-
tudio de los laberintos contractuales, ni por la muy respetable rutina del funcionario.
Pero, como ya he dicho, no sólo tenía que ganarme la vida, sino que no podía ir por
el mundo sin un título universitario, y de todas las carreras que se me ofrecían, la de
Derecho me parecía la única viable.
Por todas estas razones me matriculé en la nueva y arquitectónicamente exquisita
Facultad de Derecho que se había inaugurado hacía muy poco en lo que todavía
era un proyecto de ciudad universitaria y también un proyecto de ciudad. La nueva
Facultad de Derecho estaba enclavada en la parte alta de la Diagonal, en la linde de
un barrio opulento, con antiguos palacetes, edificios de viviendas de lujo y profusión
de jardines y arbolado. Cuando acababan las clases, daba gusto bajar paseando por
la avenida, disfrutando del clima benévolo, bajo los plátanos. No sé cómo habrían
transcurrido mis años de estudiante si me hubiera tocado asistir al antiguo edificio de
la Universidad, donde Derecho compartía espacio con muchas otras carreras, tanto
humanísticas como científicas. Quizá no habría salido tan tiquismiquis como siempre
he sido. Pero lo cierto es que entré en lo que parecía un club privado frecuentado por
chicos y chicas elegantes, listos y simpáticos, y de inmediato me adapté a esta imagen.
Salido de un estricto colegio religioso, donde había estado metido desde antes de te-
ner uso de razón, los años de estudiante en la Universidad fueron de una felicidad sin
límites. Desde el punto de vista académico, la mayor parte de las materias me resul-
taba de una cierta aridez, pero esta sensación venía compensada por unos profesores