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FIRMAS CON DERECHO
CRISTINA LÓPEZ BARRIO
Abogada y escritora. Finalista del Premio Planeta 2017
Amor jurídico
Mi relación con el Derecho a veces me recuerda a una relación sentimental
38 _ Abogacía Española _ Julio 2018
TUVE CONOCIMIENTO de su existencia durante la infancia, gracias a mi padre, que
hoy ya se ha jubilado, pero entonces trabajaba en la asesoría jurídica de una empresa
constructora. Recuerdo que en ocasiones comentaba con mi madre alguno de sus
casos; estaba especializado en Derecho Administrativo así que solía hablar sobre pro-
cesos contra las Administraciones públicas o sobre problemas que surgían con ciertas
contratas de limpieza, lo que no me resultaba nada interesante. Sin embargo, me gus-
taba mucho cuando contaba que algún compañero le pedía que le corrigiera el estilo
de un escrito, le decían: “Luis, pónmelo en estilo cervantino”. Esta relación de Miguel
de Cervantes con la escritura jurídica se me quedó grabada, e influyó en mí a la hora
de elegir la carrera de Derecho. Me explico.
A los diecisiete años, el Derecho era ese pretendiente perfecto que todo padre an-
hela. Además del de seguir con la tradición familiar, mi hermana mayor cursaba ya
segundo curso, poseía los beneficios clásicos: unos estudios con bastantes salidas
profesionales y una seguridad económica, sobre todo si me decidía a estudiar una
oposición. Vamos, que podría ganarme bien la vida. Estos eran los argumentos que
esgrimían mis padres y que yo, una adolescente fantasiosa que padecía un idealismo
exacerbado, encontraba demasiado fríos y prácticos; lo que me atraía de la carrera era
imaginar que podría contribuir a que se hiciera justicia, como si en vez de una toga
negra fuera a vestir una capa de superhéroe. Pero aún había otro escollo que salvar. Y
es que, además del Derecho, tenía otro pretendiente y este, en verdad, me apasionaba:
la escritura.
Desde los doce años escribía unos poemitas en forma de diario que fueron convir-
tiéndose en cuentos y más tarde en novelas. Así que las carreras de Filología o Perio-
dismo se presentaban como otras opciones. Finalmente, esta pugna entre el Derecho
y la literatura, entre el pretendiente tradicional y seguro, amable y conveniente, y el
que amamos en verdad, pero que nos ofrece un futuro incierto en muchos sentidos,
la ganó el primero, con la ayuda de Miguel de Cervantes y de una serie ochentera de
televisión a la que me hice adicta: La Ley en los Ángeles.
Tras los años que pasé en la facultad de Derecho de la Universidad Complutense de
Madrid, años en los que me enamoré del Derecho Natural y la Filosofía del Derecho,
de los Derechos Humanos y el procesal Penal, años de mus, césped y amigos en la
cafetería, conseguí un primer trabajo en un bufete de abogados, muy distinto al de
la mencionada serie televisiva, pero con un jefe encantador que un buen día me dijo:
“vas a ser una excelente abogada sobre todo por cómo redactas”. Enseguida me vino
a la cabeza “el estilo cervantino” de mi padre.
Durante el escaso tiempo de ejercicio de la profesión en el bufete, ya había com-
prendido que la literatura y el Derecho son dos disciplinas que comparten una herra-
mienta muy poderosa: el uso de la palabra. Esta es su materia prima, el arma para con-
seguir un objetivo común: la persuasión. Persuadir al lector, a través de la belleza del
lenguaje literario, persuadir al juez a través de la efectividad y precisión del jurídico,
en el primer caso, de que el mundo de ficción creado es verdadero, y en el segundo, de
que tenemos un interés más digno de protección que la parte contraria. La persuasión
ha de ser tan potente que genere una creencia. Así el lector vivirá desde el principio
nuestra historia como cierta, y el juez nos dará la razón pues nuestra defensa será, o al
menos parecerá, la más ajustada al ordenamiento jurídico. Luego están las pruebas, es
cierto, pero una aprendió con el tiempo los beneficios de la retórica platónica, y que