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EN PORTADA
Encuadre y defensa
de la Constitucion
en Cataluña
D eseo empezar este artículo con una declaración de principios que
puede parecer entre pueril, exagerada e incluso un poco “snob”:
la defensa de la Constitución es la defensa de los valores de Oc-
cidente. Los valores que, incorporando lo mejor del humanismo
cristiano -la persona como centro de las políticas públicas, la igualdad, la libertad,
el respeto de la dignidad humana…-, parten de la Ilustración y de la elaboración
teórica -y práctica- del Siglo de las Luces, base de las revoluciones liberales y bur-
guesas de finales del Siglo XVIII y de buena parte del Siglo XIX.
Hablamos de la primacía de la razón, de la ciencia o de la ley. De los límites
claros al ejercicio del poder político -con sus “checks and balances”, con sabiduría
anglosajona- y del respeto al espacio reservado a los individuos como sujetos con
capacidad de libre decisión en el marco de la ley, democráticamente establecida.
Estos valores, que convencionalmente denominamos “occidentales” (aunque no
se correspondan a un concepto geográfico ya que incluyen a países como Japón,
Corea del Sur, Australia o Nueva Zelanda, entre otros…) se concretan en lo social y
cultural en lo que Popper denominó las “sociedades abiertas”, basadas en la liber-
tad, la igualdad y la solidaridad (la fraternidad para los revolucionarios franceses).
Todo lo contrario a cualquier pretensión de dominación ideológico y de control de
la sociedad (y de las opiniones de los ciudadanos) por
parte del poder político.
En lo económico, hablamos de la economía de libre
mercado, basado en la libre iniciativa privada pero tam-
bién en la competencia y la lucha contra los monopolios,
los abusos de mercado o el llamado capitalismo de Esta-
do y su intervencionismo distorsionador.
Y en lo político, se materializan en la democracia sin
más adjetivos que el que se deriva de su carácter repre-
JOSEP sentativo. Cuando se utilizan otros adjetivos, son siempre
PIQUÉ para limitar o contradecir el alcance de una democracia
Economista, auténtica. No es casual que el franquismo hablara de de-
empresario mocracia “orgánica” o que los totalitarismos comunistas
y exministro del
Gobierno de España
tengan tanto apego al adjetivo en sus regímenes (desde
Corea del Sur a la antigua Alemania del Este). O que los
populismos de nuestros días hablen de democracia “ili-
beral” o de democracia “directa”.
Puros eufemismos para limitar la democracia como au-
téntica expresión de la voluntad popular en el marco de
28 _ Abogacía Española _ Noviembre 2018
la ley, violentando la división de pode-
res, la independencia del poder judicial
o el respeto a la libertad de expresión.
Es, por ello, altamente preocupante
que determinados países de la Unión
Europea -los llamados países de Vise-
grado y, especialmente, Hungría y Polo-
nia- defiendan el concepto de democra-
cia “iliberal” y tengan como modelos
de actuación a políticos como Putin o
Erdogan. El resultado es que se limita la
independencia de los jueces, se condi-
ciona la igualdad entre los ciudadanos
o se cuestiona el principio básico de la
Unión Europea: la solidaridad entre sus
miembros y la libertad de circulación de
personas, que es lo que la define como
un proyecto político, más allá de una
Unión Aduanera con libre circulación
de bienes, servicios y capitales. Algo a
lo que no es tampoco ajeno, por ejem-
plo, el nuevo Gobierno italiano (afín, y
por cierto, no por casualidad, con nues-
tros independentistas catalanes).
Porque no hay democracia real cuan-
do el poder ejecutivo está por encima
del poder legislativo o del poder ju-
dicial. O cuando el mero ejercicio del
voto pretende legitimar regímenes au-
toritarios y represores de las libertades.
DEMOCRACIA Y VOTO
Obviamente, en Rusia, en Turquía o en
Irán o, incluso, en Venezuela, se vota.
Pero la democracia no consiste sólo en
votar. Sin libertades, sin igualdad, con
represión del discrepante, sin indepen-
dencia de los jueces o sin control del po-
der ejecutivo por parte del parlamento,
la democracia no existe. Sin respeto a
la ley y al estado de Derecho, se trata
de un puro ejercicio de simulación para
legitimar un sistema de represión. Sin
mencionar, por supuesto, otros regíme-
nes que sólo implementan el voto -com-
pletamente controlado- para sancionar
sin crítica alguna, su permanencia en el
poder. Como en China o en Cuba.
Y el voto puede servir, también, para
ofrecer una apariencia de apoyo popu-
lar al totalitarismo, ya sea comunista
o fascista. Franco hizo referéndums.
Democracia “directa” y no inorgánica.
Suele decirse y, en general, es verdad,
que los referéndum son instrumentos