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Carta del editor
Escuchen, negocien
y no aplasten
La función legislativa sigue siendo fundamental
en un Estado de Derecho. La Ley, que es la norma que
ordena la convivencia, encarna el mandato democrá-
tico del legislador, expresión de la voluntad del pue-
blo. Pero para que las leyes pervivan, sean eficaces, se
apliquen adecuadamente y, a la postre, sirvan al fin
pretendido de alcanzar la Justicia, necesitan no sólo,
en un primer momento, de los votos de la mayoría de
los diputados, sino, y lo que es más importante, y una
vez se promulgan, del respaldo popular, del consenso,
que es fruto del debate sosegado en la sociedad y en
el Parlamento, de la aceptación de las enmiendas y
aportaciones que pueden mejorarla y del respeto a
todos los agentes implicados en la materia que es
objeto de la regulación. Las leyes son para facilitar la
convivencia y para solucionar problemas reales. Nun-
ca para el enfrentamiento o para crear problemas ar-
tificiales. Y aunque parezca un asunto menor, en todo
momento, pero especialmente en situaciones de cri-
sis, necesitan de una memoria económica que avale
la viabilidad de esas reformas que se emprenden.
En los últimos tiempos, algunas de estas premisas,
tal vez demasiadas, no se están cumpliendo. Se hurta
el imprescindible debate parlamentario, no se escu-
chan ni atienden las aportaciones sociales, se olvidan
o se eluden (que no se sabe qué es peor) los plantea-
mientos económicos; y el resultado es preocupante
porque deja indefensa a la mayor parte de la socie-
dad. En el terreno que afecta de forma plena a nues-
tra profesión y a su función social, pero también de
lleno a la sociedad, ha sucedido con la Ley de Tasas y
con la de Asistencia Jurídica Gratuita y está pasando
con la Ley de Servicios Profesionales, cuya paternidad
ha sido negada por sus responsables hasta que no
han tenido más remedio que aceptarla. Pero lo mis-
mo podríamos decir de tantas otras reformas que
afectan a la Justicia española y que, para pervivir y
ser eficientes para los ciudadanos, necesitan un am-
plio consenso con los demás partidos y con los ope-
radores jurídicos, los más interesados -de verdad- en
que la Justicia funcione (aunque parece que aún hay
quien lo pretende ignorar).
En algún caso, como la Ley de Tasas, aunque el Go-
bierno se ha visto obligado a rectificar por la intensa
protesta social, la rectificación –con la colaboración
necesaria del Defensor del Pueblo- ha sido tan insu-
ficiente que no ha servido para nada. Pero miles de
ciudadanos han visto ya obstaculizado, y en muchos
casos impedido, su derecho a acudir a la Justicia para
defender sus derechos. La Ley de Asistencia Jurídica
Gratuita, una vez implantadas las tasas, duerme en
algún cajón de no se sabe dónde.
Y la Ley de Servicios Profesionales amenaza con la
desaparición de muchos Colegios de Abogados, que
no cuestan un euro a las Administraciones Públicas
ni a los ciudadanos, pero que cumplen una importan-
te e insustituible labor social. También amenaza con
segregar en dos las actividades propias de la Aboga-
cía para crear nuevas profesiones, limitando la cole-
giación obligatoria sólo para quienes actúen ante los
tribunales y eximiendo de cualquier control deontó-
logico a muchos abogados. Finalmente se amenaza
con la eliminación del examen de acceso a la Abo-
gacía, la mejor garantía para los ciudadanos sobre la
calidad de la preparación de los abogados que les van
a atender y asumen la defensa de sus intereses.
El desamparo del ciudadano va a ser evidente, y
sin que esa pretendida reforma mejore en ningún
caso la actividad económica nacional, bajando los
precios o creando nuevos puestos de trabajo. Muy al
contrario, puede reducir el empleo en el sector en una
cifra alarmante y también los servicios que los Cole-
gios de Abogados prestan hoy a los ciudadanos con
cercanía y calidad contrastada, en muchos casos con
cargo exclusivamente a las cuotas de sus colegiados.
La Abogacía nunca ha puesto barreras al ejercicio
profesional y la existencia de más de 135.000 aboga-
dos en libre competencia en su ejercicio profesional
así lo demuestra. Pero sea como sea este asunto, lo
más preocupante es la falta de diálogo con los prin-
cipales afectados.
Desde el Consejo General de la Abogacía Española
defendemos el mantenimiento de la actual estruc-
tura, con los 83 Colegios de Abogados, la colegiación
obligatoria como garantía y exigencia deontológica
y el mantenimiento del máster y el examen de ac-
ceso –eliminar éste y dejar el curso sería otra burla
inclasificable- que aseguran al ciudadano que el
abogado que le defiende está adecuadamente pre-
parado para hacerlo. Así pues, una recomendación
final al Gobierno y al poder legislativo: escuchen y
consulten, negocien y no aplasten. Sobre todo si na-
die va a ganar realmente nada y sí pueden perder los
ciudadanos. l
Mayo 2013_Abogados_