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portada_ VI Jornadas de Juntas de Colegios de Abogados
Vigo 2013
LA IMAGEN SOCIAL DEL ABOGADO:
INEQUÍVOCAMENTE POSITIVA
José Juan
Toharia Presidente de
Metroscopia “Y lo primero que haremos será matar a todos
los abogados”. La propuesta, que formula Dick el
carnicero en el Enrique VI (2ª Parte) shakespearia-
no , hizo fortuna y en los cuatro siglos transcurridos
desde que por primera vez fuera pronunciada ha
sido, sin duda, una de las más utilizadas cada vez
que se ha tratado de ilustrar —ciertamente con ro-
tundidad— la tradicional mala imagen popular, en
todo tiempo y sociedad, de los juristas. No escasean
precisamente las citas de este tipo, muchas de ellas
surgidas también de ilustres plumas. Pero unas y
otras comparten, aquí y ahora, un rasgo común: ya
no se corresponden con la realidad, han quedado
desfasadas y solo resultan útiles como ejemplos de
los estereotipos y clichés sobre el mundo jurídico
que durante siglos han poblado nuestro imaginario
colectivo. La realidad es más bien que la imagen de los abo-
gados en la sociedad española actual es inequívo-
camente positiva. Así lo revelan los múltiples datos
de opinión disponibles. Para empezar, el 68% de
nuestra ciudadanía considera que, en conjunto, la
actual Abogacía española tiene un elevado nivel de
preparación y competencia profesional. Lo cual, por
cierto, explica, que los españoles se muestren tan
fuertemente reticentes a cualquier posible cambio
en el modo en que ahora está regulado el ingreso
en la profesión y su posterior ejercicio. De forma
ampliamente mayoritaria (69% frente a 25%) los
españoles piensan que si solo fuera preciso contar
con la licenciatura en derecho para poder ejercer la
Abogacía la actual elevada calidad media de esta
disminuiría; y una mayoría aun más contundente
(80% frente a 16%) cree que si fuera posible ejercer
la Abogacía sin necesidad de colegiación, la desa-
parición de actual aval que, a ojos del ciudadano
medio, confiere al abogado su integración en un
Colegio solo redundaría en perjuicio de las personas
más desfavorecidas y con menos recursos (econó-
micos y sociales). En otras palabras, para la ciudada-
nía las cosas, en este punto, están bien como están,
y no solo nadie reclama cambios sino que los que se
anuncian producen un claro rechazo.
En segundo lugar, ni más ni menos que el 82% de
los españoles piensa que nuestros abogados des-
empeñan un papel esencial en la defensa de sus
derechos y libertades. Conviene considerar un ins-
tante lo que esto implica: la centenaria imagen del
1 14_Abogados_Julio 2013
Acto IV, escena II.
abogado como enredador nato, contumaz pleitista e
irreprimible atizador de desavenencias y discordias
ha quedado reemplazada por la de un celador efi-
ciente y confiable de lo que como ciudadanos más
puede importarnos: nuestros derechos y libertades.
La Abogacía, con su permanente implicación y ac-
tivismo, a lo largo de estos últimos años, en causas
pro bono publico, sin especial relación con sus ex-
clusivos intereses profesionales o corporativos (por
legítimos, por cierto, que estos sin duda sean) pare-
ce así haber sabido transmitir y hacer comprender
a nuestra sociedad que su función fundamental
consiste en defender y consolidar el interés público
precisamente mediante la defensa y salvaguarda
de intereses particulares.
En tercer lugar, y de forma prácticamente masiva
(70% frente a 26%), la población española cree que
la existencia de los abogados, tal y como estos aho-
ra desempeñan su profesión, permite que se acla-
ren y resuelvan pacíficamente situaciones que, de
otro modo, podrían derivar en injusticias y violencia.
Es decir, existe un claro y amplio reconocimiento a
la función profiláctica y sanadora que sobre la con-
flictividad social desarrolla la Abogacía. De todas
las funciones actuales del abogado precisamen-
te esta, con ser con diferencia la más ejercida, es
también la peor medida y menos tenida en cuenta
por quienes se afanan en cuantificar nuestra vida
jurídica y encajarla en parámetros econométricos.
Los datos disponibles llevan ya años indicando que
aproximadamente tan solo un tercio (o quizá algo
menos) de todos los asuntos que llegan a los des-
pachos de todos los abogados españoles terminan
en litigio ante los tribunales. El resto es reconducido
hacia soluciones menos traumáticas y socialmente
menos onerosas (en todos los sentidos) mediante
el recurso a la transacción, al pacto o al acuerdo. Es
esta una labor de orientación y asesoramiento que
resulta, sin duda, menos públicamente perceptible
que la actividad litigadora pero que, como esta, para
ser eficaz (es decir, para inspirar la credibilidad y
confianza necesarias) precisa de su mismo sustrato
profesional y deontológico y de su mismo respaldo
y control colegial. No constituye una faceta segrega-
ble de lo que, prototípicamente, cabría definir como
el ADN profesional del abogado: le es algo irrenun-
ciablemente consustancial y solo quien no entien-
da el sentido y la esencia última de esta profesión
puede tener dificultades en percibirlo. Por fortuna,
no es ese el caso de nuestra ciudadanía. l