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portada_ VI Jornadas de Juntas de Colegios de Abogados
© M. Moralejo (La Voz de Galicia)
HAY SOLUCIONES SI HAY CONSENSO Y
VOLUNTAD POLÍTICA PARA ALCANZARLAS
Manuel Almenar
Vocal del Consejo
General del Poder
Judicial 32_Abogados_Julio 2013
A la pregunta sobre qué cambiaría en la Justicia,
la respuesta fácil y que inmediatamente se viene a
la cabeza es “suprimir el Ministerio de Justicia”, como
ya propuso el actual ministro en 1988 cuando era vi-
cepresidente de Alianza Popular. Sin embargo, la so-
lución no es tan sencilla ni requiere suprimir nada.
Nadie discute que la Administración de Justicia,
concebida como un Poder del Estado que desarrolla
una función/deber con vocación de servicio públi-
co, no funciona correctamente. Se habla de déficit
de jueces, de falta de medios, de una organización
caduca y con una tecnología anticuada, incapaz de
atender a las demandas de una sociedad moderna,
en ocasiones desligada o poco sensible a las preocu-
paciones reales de la ciudadanía.
En mi opinión, la Justicia, en mayúsculas, tiene
solución, pero siempre que todos, poderes públicos,
operadores jurídicos y ciudadanos, nos creamos de
verdad que la Justicia ha de ser una prioridad y exista
la voluntad política de diagnosticar las causas y, so-
bre todo, consensuar y aplicar las soluciones, que no
en todo caso, ni siquiera en lo fundamental, pasan
por un mayor esfuerzo económico.
En realidad, los factores que inciden de modo direc-
to en el deficiente funcionamiento son fundamental-
mente tres: el exceso de litigiosidad, derivado de un
uso incorrecto y a veces abusivo del servicio público;
la insuficiencia de jueces y las deficiencias y carencias
organizativas de la estructura en que se apoya.
Aunque el incremento de los asuntos que se tra-
mitan en los Juzgados es un claro síntoma de nor-
malidad democrática en cuanto evidencia una más
completa concienciación del ciudadano acerca de
sus derechos subjetivos, lo cierto es que nuestro
país presenta una tasa de litigiosidad muy elevada
en comparación con otros países de nuestro entorno
(189 asuntos por mil habitantes en 2012, frente a los
80 de Alemania o 100 de Italia), lo que pone de relie-
ve una excesiva judicialización de las relaciones so-
ciales, agravada por el coste de los procesos (entre los
705 y los 1.058 euros en función de que exista vista
con práctica de pruebas y sentencia o no) y que nos
obliga a plantearnos si no se estará haciendo a veces
un uso abusivo del sistema.
Por otra parte, según los estudios del Consejo de
Europa sobre “Eficiencia de la Justicia”, en el año 2010
España sigue estando a la cola de la Unión Europea
en la ratio de jueces por habitante, con una tasa de
10,6 frente a la media europea de 21,6/100.000 habi-
tantes, hasta el punto de que desde 2006 a 2010 des-
cendió del puesto 38 al 40 de un total de 47 países.
A pesar de lo expuesto, a pesar de que desde 1999 a
2010 el número de asuntos ha crecido un 50% mien-
tras la planta judicial lo hacía solo en un 25%, a pesar
de que no se han acometido mejoras organizativas…,
el sistema funciona, renqueando, pero funciona. Los
Jueces han venido supliendo las carencias con su es-
fuerzo y, en una labor, pero firme, con la inestimable
e imprescindible colaboración de la Abogacía, han
asumido su papel como última garantía de los ciuda-
danos y han recuperado su confianza, abriendo vías
de esperanza o aportando soluciones donde no las
había o no se querían encontrar. Léase la problemá-
tica de los desahucios, los procesos hipotecarios, las
cláusulas abusivas, las preferentes o la corrupción.
Pero esta situación voluntarista no puede man-
tenerse por más tiempo. Es necesario abordar los
verdaderos problemas de la justicia: racionar la liti-
giosidad, bien impidiendo el acceso de asuntos cuya
irrelevancia social o económica no lo justifica, bien fa-
cultando al Juez para rechazar de plano la pretensión
por manifiesta falta de fundamento, bien incluyendo
en las costas y a favor del Estado el verdadero cos-
te del servicio en caso de temeridad; fomentar me-
canismos alternativos de solución de cierto tipo de
conflictos; agilizar y simplificar los procedimientos
suprimiendo trámites innecesarios o concentrando
los existentes; modernizar el sistema de justicia gra-
tuita; adecuar la planta judicial a las necesidades de
nuestro país; revisar y reorganizar la distribución te-
rritorial de forma que responda a la actual realidad
social, demográfica, económica, industrial e incluso
de vertebración; garantizar la necesaria coordinación
entre las Administraciones con competencias en la
materia; implantar el expediente judicial y asegurar
la compatibilidad de los sistemas informáticos…
Mención expresa merecen mecanismos como la
mediación, y en la que la Abogacía está llamada a
desempeñar un papel clave, no sólo porque abunda
en la línea conciliadora que tradicionalmente ha des-
empeñado con tanto acierto, sino porque refuerza su
papel en el propio proceso como actor/colaborador.
La Justicia del siglo XXI que todos deseamos, es
posible. Pero siempre que interioricemos que es una
prioridad que debemos construir entre todos, por
encima de intereses particulares o partidistas, y que
invertir en Justicia es invertir en el futuro de nuestro
país y en el de sus ciudadanos. l