To view this page ensure that Adobe Flash Player version
11.1.0 or greater is installed.
historia
por Derecho
El traje profesional de los abogados:
una evolución a lo largo
de la historia
Texto_Rafael Guerra González. Abogado
Retrato de Diego del Corral
y Arellano, oidor del Consejo
Supremo de Castilla, obra
de Diego Velázquez, 1632,
conservada en el museo del
Prado. Traje negro debajo de
la garnacha, muy parecida
a la toga de hoy, con ligeras
diferencias en las mangas,
ajustadas en el antebrazo
y puños blancos. La gorra,
sobre la mesa.
68_Abogados_Diciembre 2013
¿Qué abogado no ha sentido alguna vez curiosi-
dad por saber por qué vestimos toga cuando com-
parecemos ante los órganos judiciales y de dónde
salió prenda tan peculiar?
Suele ser muy común atribuir el origen de nuestra
toga a la de los abogados romanos, supongo que por
tener el mismo nombre. Pero no hay tal. La suya era
exactamente igual a la que vestían los demás ciu-
dadanos. Desde luego, para perorar ante el Senado
o las asambleas populares los oradores/abogados
no se ponían nada distinto de lo que usaban en la
vida ordinaria. Además, el imperio, en su caída, los
arrastró consigo.
Durante muchos siglos después del desastre, no
hubo abogados al uso. Reaparecieron, con nueva
figura, en Bolonia y demás universidades medieva-
les. Y los voceros que asesoraban a los jueces y a las
partes en sus litigios, no vestían toga, sino hábitos
parecidos a los de su época estudiantil, con los que
se presentaban ante los jueces. Normalmente ropas
talares holgadas: la loba, el balandrán.
Los abogados seguían la moda. Y los que podían,
gustaba, como hoy, lucir una imagen elegante.
Francisco Villalobos, moralista en activo durante las
primeras décadas del siglo XVI, decía de los jóvenes
letrados: “ciertamente en este piélago de abogar se
ahogan muchos inconsultamente, y éntranse a nadar
en él cuando son mozos nuevamente salidos del estu-
dio, con la gran ansia que tienen de ser conoscidos por
ser abogados y tener causas y traer mangas, jubones
de raso carmesí y chapeos con borla pinjante sobre el
collar”. No tengo referencias de que por entonces los
abogados compareciesen ante los jueces con atuen-
dos distintos de los usados en la vida ordinaria.
El traje de golilla
La cosa cambió con Felipe II. Digamos que uniformó
la corte. Impuso el color negro para los trajes de cere-
monia. Y así debían vestir todas las personas vincu-
ladas a la administración La obligación se mantuvo,
como veremos, hasta hace muy poquito tiempo. La
ley XI del título XIII del libro VI de la Novísima Recopi-
lación, que contiene varias pragmáticas de los siglos
XVII y XVIII, recogía la orden de que sea negro el traje
de “todos los Ministros superiores, subalternos e infe-
riores de los Tribunales de Madrid y de los de fuera,
incluso Corregidores, Jueces y Regidores”. Los algua-
cilillos que simulan despejar las actuales plazas de
toros, aún visten aquél traje, conocido como “golilla”
por la gola blanca que lo caracterizaba. Y “golillas” se
llamó a quienes lo llevaban.
También durante el reinado de Felipe II, se produ-
jo un hecho que señala el origen directo de nuestra
toga. Lo cuenta así Antonio de León Pinelo, en sus
Anales de Madrid para 1579: “Este año, por un desaca-
to que se tubo en la calle con un consejero, mandó el
Rey que todos sus consejeros letrados y los fiscales tru-
jesen ropas talares, que llamamos garnachas, como
desde entonces lo usan, como insignias que autorizan
las personas y muestran el ministerio”. Efectivamen-
te, el Archivo de la Chancillería de Valladolid guarda
un documento fechado el 13 de marzo de 1581 con la
rúbrica Cédula para que los ministros de la audiencia
traigan garnachas, en que el Rey ordenaba que los
oidores, alcaldes y fiscales “traigan las ropas que so-
lían y acostumbraban traer”
La garnacha y la capa de letrado
Y es que la garnacha era una especie de sobretodo
suelto, amplio, con unas mangas cortas que forma-
ban cuerpo con el resto de la prenda. Las primeras
noticias de su uso se sitúan en el siglo XIII. La gasta-
ban los reyes, nobles y burgueses ricos. También, he-
mos de suponer, los letrados pudientes, en especial
los que desempeñaban cargos en la corte y en los
señoríos y ciudades. Las modas fueron cambiando
y la garnacha se guardó en las arcas, hasta el pun-
to de que en el siglo XV ya no se verían muchas por
las calles, salvo cubriendo el cuerpo de algunos nos-
tálgicos, significativamente letrados. Es sabido que
suelen ser gente conservadora. Ni que decir tiene