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OPINIÓN_
LA PRISION Y EL MIEDO:
EL ENCIERRO DE LA ENFERMEDAD
MENTAL LOURDES
BARÓN JAQUÉS
Letrada. Coordinadora
del Servicio de
Orientación Penitenciaria del
ReICAZ. Vocal de
la Subcomisión
de Derecho
Penitenciario del
Consejo General de
la Abogacía
36_Abogados_Noviembre 2014
El miedo es más temible cuando es difuso, dis-
perso, poco claro; cuando flota libre, sin vínculos,
sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; cuando nos
ronda sin ton ni son; cuando la amenaza que de-
beríamos temer puede ser entrevista en todas
partes, pero resulta imposible de ver en ningún
lugar concreto. Miedo es el nombre que damos a
nuestra incertidumbre: a nuestra ignorancia con
respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer -a
lo que puede y no puede hacerse- para detenerla
en seco, o para combatirla, si pararla es algo que
está ya más allá de nuestro alcance.
Z. Bauman
TRADICIONALMENTE, hasta las sociedades más
desarrolladas han encerrado a aquellas personas
que les ha generado miedo. También a aquellos
que no comprendían, teniendo en cuenta los
parámetros socio-culturales imperantes. Como
dice Bauman, el miedo es más temible cuando
es libre, acotarlo, ponerle barreras y muros, ence-
rrarlo, lo convierte en llevadero.
Nuestra sociedad del siglo XXI no ha dejado de
temer a la enfermedad mental, la incomprensión
ante ella sigue patente. De no ser así la respuesta
ante el delito cometido por una persona con la
conciencia y la voluntad alteradas sería otra bien
distinta y ajena a la prisión.
El sistema sanitario del estado español, tras
el cierre de los manicomios, ha sido incapaz de
integrar en redes de rehabilitación eficaces a los
enfermos mentales graves, tampoco ha podido
“prevenir la emergencia de miles de locos que
si bien nunca pasaron por el manicomio y muy
de refilón por consultas siquiátricas reaparecen
entre los sin techo (más de la mitad de los fre-
cuentadores de albergues padecen trastornos
mentales), los alcohólicos, los marginales y natu-
ralmente entre (…) los presos” (1)
Así, el fracaso del tejido social y de los recur-
sos socio-sanitarios desencadena un circuito que
si pasa por el delito, en la mayoría de los casos
acaba entre rejas. La misma institución peniten-
ciaria reconoce que “en ocasiones, la prisión se
utiliza como un recurso de carácter asistencial
para estas personas, que no han sido tratadas y
controladas en su vida en libertad”. Así, la prisión
se convierte en el lugar final en el que almacenar
a muchas personas aquejadas de enfermedad
mental, “ante las deficiencias de las políticas pre-
ventivas o de los dispositivos asistenciales comu-
nitarios que, en general, deberían ser los utiliza-
dos como de primera elección” (2).
Resulta complejo encontrar datos actualizados
sobre enfermos mentales en prisión. El Informe
General de la Secretaría General de Instituciones
Penitenciarias sobre 2012, redactado en 2013, no
contempla estadísticas sobre el total de los en-
fermos mentales ingresados en prisión. Es curio-
so ver que sí recoge las altas de internos en hos-
pitales psiquiátricos (por trastornos mentales,
154), pero no el número de los “tratados” en sus
muros. Sí se valora el porcentaje de presos que,
según el Estudio sobre Salud Mental realizado
por la Institución Penitenciaria en 2006 (2) y el
Estudio PRECA de 2009 (3), padece trastornos
mentales inducidos por consumo de sustancias,
manifestando que se encuentra entre el 8,8% y el
12,1% de los internos, destacando los trastornos
de ansiedad, los trastornos del estado de ánimo
y los trastornos psicóticos.
ALTA PREVALENCIA
La Guía de Atención Primaria de Salud Mental en
prisión (4), señalaba en 2011, que en los dos años
anteriores, teniendo en cuenta las más de 75.000
personas que estuvieron ingresadas en el siste-
ma penitenciario español, la prevalencia de en-
fermedad mental entre los reclusos era muy alta,
entre el 25 y el 40% presenta algún trastorno
mental, entre el 4 y el 6% un proceso mental gra-
ve y entre el 30 y el 50% un trastorno relacionado
con el consumo de drogas. La patología dual, la
combinación de enfermedad mental y adicción
a drogas, estaba presente en una proporción de
internos que se sitúa entre el 20 y 30% del total.
La gran mayoría de estos enfermos pertenecen a
grupos sociales de alta vulnerabilidad, debido a