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Carta del editor
DESPUÉS DE VITORIA: LOS PACTOS
(TAMBIÉN EL DE LA JUSTICIA)
“SÓLO CON INNOVACIÓN podremos mirar al fu-
turo”. Esa puede ser una de las conclusiones del
reciente XI Congreso Nacional de la Abogacía, ce-
lebrado en Vitoria con gran éxito. Se reafirman los
valores intrínsecos de la Abogacía, se confirma la
exigencia de una regulación expresa del derecho
de Defensa y se abre la puerta a una época nue-
va y fascinante, marcada por una revolución tec-
nológica y científica que va a afectar a todos los
desarrollos de las personas y sus derechos, de las
empresas, de las instituciones y de los negocios, las
áreas en las que desarrollamos preferentemente
nuestra profesión.
Es evidente que hay riesgos y que desde algunos
centros políticos de poder y de influencia se está
favoreciendo una globalización perversa que pone
en riesgo la libertad de decisión de los Estados y de
los ciudadanos y, también, tratando de debilitar a
la Abogacía, y lo que ella representa como defensa
de los derechos fundamentales de los individuos,
desregularizándola y sometiendo sus valores a un
puro interés mercantilista. Pero, también por eso,
es tiempo de oportunidades para todos nosotros.
La nueva sociedad es un reto de enormes dimen-
siones para el mundo jurídico, para recuperar el
protagonismo que el Derecho debe de tener en la
consolidación y protección de los derechos básicos.
La Abogacía sólo puede afrontar este enorme
reto, como también se puso de manifiesto en Vi-
toria, fortaleciendo su formación, buscando y pro-
moviendo la excelencia, favoreciendo la especiali-
zación y contribuyendo a diseñar estructuras que
tengan en sus cimientos el objetivo de proteger los
derechos de las personas.
En el panorama nacional, también hay retos
encima de la mesa. Las principales leyes que ame-
nazaban a la Abogacía –y a los ciudadanos-, han
vuelto a guardarse en el cajón, gracias a la presión
que hemos ejercido y a las razones de nuestros
planteamientos. Pero es previsible que, dentro de
algún tiempo, vuelvan a salir a la luz. No cejaremos
en el empeño de garantizar, como es nuestra obli-
gación, que quien defienda a un ciudadano esté
suficientemente preparado para ello.
Estamos viviendo tiempos complejos y compli-
cados en la política. Seguramente lo serán más
aún tras las elecciones generales dentro de sólo
unos meses. Los políticos deberían ser prudentes
y generosos a la hora de hacer leyes apresuradas
y sin el consenso suficiente, que, pocos meses des-
pués pueden ser revocadas, creando una innece-
saria inseguridad jurídica. Desde la Abogacía ve-
nimos reclamando diálogo, negociación y acuerdo
de todos los sectores jurídicos implicados y de los
partidos a la hora de emprender cambios legislati-
vos de fondo. Y un Pacto por la Justicia que aporte,
por fin, a ésta los medios necesarios para garan-
tizar su eficiencia y para la eficaz defensa de los
derechos de los ciudadanos.
Decía recientemente en su blog, el presidente
del Consejo, Carlos Carnicer que “hay que acabar
con el desinterés de la clase política, al mismo
tiempo que con la imagen de esos juzgados dig-
nos del tercer mundo; con una Justicia todavía
de papel, digna del siglo XIX; con las barreras
que impiden el acceso de las pymes a la Justicia;
con unos juicios que tardan años en celebrarse
y que se suspenden o aplazan sin motivo; con el
hecho de que los abogados o los fiscales tengan
plazos para presentar sus recursos o alegaciones
y los jueces puedan tardar meses en dictar una
sentencia; con el desamparo, la desconfianza o
la desprotección de los ciudadanos; con la situa-
ción de los abogados de oficio cobrando dos eu-
ros por cada hora trabajada… La Justicia, que ha
sido siempre la cenicienta en los Presupuestos
Generales del Estado, la asignatura pendiente
de casi todos los Gobiernos, la que nadie atendía
porque ni daba ni restaba votos, tiene que ocupar
el lugar que exige un Estado de Derecho y una
democracia sólidos. Ningún Gobierno, ni el cen-
tral ni los autonómicos, han puestos los medios
necesarios para que funcionara. Hasta ahora”
Todo lo que no se haga así, está condenado
a desaparecer. Pero esos errores no los pagarán
quienes los han cometido sino la ciudadanía, en
nombre de la cual se debería hacer e impartir
justicia. l
Junio 2015_Abogados_3