Hay países llenos de riqueza en los que la gente se muere de hambre. Hay países en los que se suceden las guerras y la violencia fratricida es la norma desde que se tiene memoria. Hay países a los que van Cascos Azules a poner paz, y violan a mujeres y niñas, como se ha denunciado sin resultado alguno. De uno de esos países, la República Centroafricana, es Jeanne Beral, que tiene 25 años y cinco hijos.

Un grupo armado arrasó Daga, su pueblo, y mató a su marido.

Entonces caminó por el bosque toda la noche con Fatime, de tres años a hombros; Tresoir, el bebé, a la espalda, y Felicité, Tchange Mastuyal y Dero Laguerre de la mano. Cruzó un río y llegó a Maïbo, un pueblo fronterizo de Chad, donde una familia con 10 hijos les prestó una casa y les dio de comer, porque en su cultura está compartir lo que se tiene.

Ahora Jeanne se levanta temprano y va a buscar agua. Después, intenta encontrar alguien a quien ayudar en el campo para ganar algo de dinero con el que dar de comer a sus hijos.

Pero no siempre encuentra. 90.000 personas se han refugiado en Chad desde la República Centroafricana huyendo de agresiones físicas y sexuales, saqueos, extorsiones, encarcelamientos arbitrarios. Huyendo de la muerte.

Ahora también los alimentos escasean para su familia de acogida y no siempre pueden ayudarle. Cuando Jeanne no consigue nada, sus hijos van al bosque y recogen plantas silvestres. Si las encuentran, eso es lo que cocina y eso es lo que comen. Una vez al día. A veces piensa en lo que tenía en su país: el terreno que cultivaba, sus cabras, su casa. Lo perdió todo y ya no puede volver atrás. Por eso procura no pensar demasiado. Intenta solo sobrevivir.

La mirada de un niño:

Miren, 13 años